Coauhila.- El Centro de Rehabilitación Social (CERESO) de Piedras Negras fue clave para las operaciones delictivas de los Zetas en Coahuila en 2011. Los gobiernos estatal y federal sabían lo que ocurría dentro, pese a esto subsidiaban el centro penitenciario.
Además de la venta de drogas y las extorsiones, el penal de Piedras Negras fue utilizado por este grupo criminal como campo de exterminio de rivales, detalla la investigación El Yugo Zeta, realizada por los investigadores Sergio Aguayo y Jacobo Dayán.
El documento, editado por El Colegio de México, detalla cómo era la vida, la disciplina y la muerte al interior de la prisión, a través de las declaraciones de miembros del grupo criminal hechas ante el Ministerio Público en el expediente APP 005/2014-BIS.
El material contiene las declaraciones ministeriales de 11 zetas, 49 internos, 21 custodios y 18 empleados del penal. En total 119 declaraciones.
Éstas ayudan a responder algunas preguntas sobre la operación del grupo criminal en Coahuila.
El penal, un centro importante para el poder de los Zetas
La prisión de Piedras Negras cumplía varias funciones para el grupo criminal: era un refugio seguro para los jefes Zeta que se escondían de los operativos federales; era una fuente de ingresos gracias a la venta de drogas, refrescos y chicharrones, cobrando cuotas por el uso de las celdas y rentando los cuartos utilizados para la visita conyugal; en sus talleres instalaban los compartimentos secretos en los automóviles para transportar droga a Estados Unidos.
Servía para reclutar sicarios; como lugar para retener a secuestrados y para torturar, ejecutar y desaparecer cadáveres.
¿Quién controlaba las operaciones dentro del penal?
Dentro del penal, el Jefe de Cárcel (como lo nombra el estudio) era el encargado de las operaciones. Éste tomó el control del CERESO de diciembre de 2009 hasta enero de 2012.
“El Jefe de Cárcel fue modesto cuando describió sus funciones: ‘yo me encargaba de manejar la plaza adentro del penal para que todo estuviera tranquilo y que funcionara bien’ la venta de drogas entre los internos”, señala el Jefe de Cárcel del que no se da su nombre.
A su cargo tenía un equipo de 92 colaboradores, entre los que había mandaderos, que “eran sus brazos ejecutores, sus oídos y ojos”, señala el informe.
El Jefe de Cárcel contaba con privilegios y pasatiempos. Algunos, señalan los investigadores, eran inofensivos e iban desde cantar karaoke; organizaba a los equipos de beisbol y futbol de la cárcel y patrocinaba los uniformes de futbol a los internos o salía por las mañanas de la cárcel para tomar café y leer los periódicos, comer por la tarde en un buen restaurante y regresar a su celda en la noche.
Pero también tenía “hábitos siniestros”: solía seleccionar a esposas, hermanas o familiares de internos para tener relaciones sexuales; también disparaba a los guardias de las torres de vigilancia por diversión o golpeaba a los internos que eran homosexuales.
Los malos tratos para los internos que no eran parte de los Zetas eran una constante. Éstos eran obligados con amenazas a trabajar para el grupo, también volvían adictos a muchos para tenerlos bajo control a través del suministro de droga.
A los internos nuevos “le daban una chinga y le leían la cartilla. Luego lo ponían a trabajar un mes en la talacha”, señaló uno de los internos interrogados.
Las golpizas eran parte de la cotidianidad, el castigo más frecuente eran los “tablazos”.
“Con una tabla de madera y bats de aluminio les pegaba a los internos en los glúteos. Esta costumbre viene de los ritos de iniciación en colegios militares y probablemente de ahí lo tomaron los exmilitares que fundaron los Zetas”, detalla el informe.
Había otras maneras de infundir obediencia y miedo, expone el documento, entre ellas estaba echar agua caliente en la espalda o en las manos de los internos, golpearlos con tablas, ponerlos a hacer pozos en los campos de futbol para luego taparlos, o los sumergían en tanques de agua.
“Nos hacían que nos tomáramos dos litros de agua y luego nos ponían a correr”, dice un interno en sus declaraciones.
Los Zetas tenían una cárcel dentro del penal, conocida como el monte, ahí estaba en el área de máxima seguridad y servía para retener a los internos que cometían alguna infracción y a los secuestrados del exterior mientras se negociaba el pago del rescate.
El centro penitenciario era uno de los cinco o seis lugares habilitados en Piedras Negras para las ejecuciones y la desaparición de cuerpos, explica el documento.
Al penal se sumaba un terreno baldío en la zona llamada Laguito Mexicano y, cerca del penal, un basurero municipal y un campo de futbol.
Los cuerpos llegaban en camiones, algunos aún vivos, “los tenían hincados y amarrados de sus manos hacia atrás, en ocasiones gritaban personas, yo creo que los mataban ahí”, cuenta un interno.
El penal servía para desaparecer los cuerpos de las personas asesinadas.
“Ellos (los Zetas)… metieron un cadáver en un tanque de doscientos litros que ellos traían en sus trocas… y ahí le echaban diésel y luego lo prendían con lumbre, y ese día fue la muestra que ellos nos hicieron. Después bajaron doce cuerpos de las camionetas… y los incineramos”, narró en su declaración uno de los internos.
Otra modalidad era la de cortar a las personas en pedazos las ponían en tambos y las quemaban”.
Cuando iban a llegar camiones con personas le avisaban al Jefe de Cárcel para que avisara a los custodios y entrar sin problema.
“…cuando se cocinaba a las personas… estas se iban haciendo chiquitas y se les iba picando con un fierro hasta que no quedaba nada… (Luego) se empinaba el tonel para vaciar los residuos en el suelo (…) que la mera verdad era muy poco”, declaró uno de los internos.
Los restos se recogían con pala y se metían en una cubeta, luego aplastaban los tambos donde los habían quemado. Según declaraciones contenidas en el expediente, las cubetas con las cenizas y los tambos los tiraban en el río San Rodrigo a la altura del Ejido El Moral en la Carretera Piedras Negras–Acuña. También utilizaban un lote baldío rumbo al Ejido Piedras Negras.
Cuando se realizaba esta práctica, los custodios dejaban las torres de vigilancia y sacaban de esa zona a los internos, además éstos eran encerrados en sus módulos y nadie podía acercarse a la zona de talleres donde se realizaba la quema.
Pero no solo había muerte dentro del penal. La cárcel también se transformaba en refugio temporal y/o en centro para la convivencia y el esparcimiento.
“En ocasiones entraban los jefes grandes y hacían fiestas (con música y mujeres). La fiesta podía durar todo el día y toda la noche y en algunas ocasiones llevaban vacas y las mataban adentro del penal para darle de comer a toda la raza”, declaró un interno.
El Jefe de Cárcel autorizaba la salida del penal de algunos Zetas para comprar cervezas, visitar a sus familias o hacer encargos de diverso tipo.
La cárcel también servía para reforzar el grupo criminal. Las fugas de la prisión era uno de los recursos utilizados por los Zeta para reforzar sus filas.
Según los testimonios, los Zeta controlaban a los policías municipales del Norte de Coahuila quienes por miedo o por más dinero se convertían en cómplices o testigos mudos.
Quienes estaban encargados de las cárceles de Coahuila sabían lo que pasaba en Piedras Negras.
“Una,dos o tres veces por año llegaron a venir a este CERESO autoridades de Saltillo … conocieron la problemática que había pues las personas que estuvieron como directores en el tiempo que yo estuve se los hacían ver a ellos, las visitas eran únicamente del estacionamiento a la oficina del director y de la oficina al estacionamiento, raras veces llegaron a entrar al CERESO pero era visita muy rápida no se tardaba nada, nunca cuestionaron nada, siempre se mantuvieron al margen y como en las demás ocasiones no se hizo nada por cambiar lo que aquí pasaba”, declaró un custodio actualmente preso por el delito de evasión de reos
“Los empleados de la cárcel tenían en común con los policías municipales el abandono. Los Zeta los sometían con amenazas y sobornos simbólicos. El patrón observado es similar: bajas compensaciones, muchas amenazas, algunas golpizas y el abandono del gobierno estatal y federal”, señala el documento.
AP
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