Ciudad de México.- En Iztapalapa lo que sucede cada año es un acto de contrición que no tiene paralelo en la Ciudad de México y tal vez en el continente.
Cada año la representación de La Pasión se supera en cuanto a dimensiones y aspiraciones.
En su edición 172 busca proyectarse al mundo, y para ello el Comité Organizador de la Semana Santa anunció que buscará la declaratoria de Patrimonio Intangible de la Humanidad que otorga la ONU.
Para ello, La Pasión de Iztapalapa afina detalles, se busca tener mayor seguridad, se incrementó la calidad del vestuario respecto a años pasados, los escenarios son notoriamente más ricos en detalles, y la tecnología en su entorno se mejora: micrófonos inalámbricos, pantallas gigantes, circuito cerrado de televisión y la voz del tenor Fernando de la Mora que ya se convirtió en una tradición.
Los drones que se incorporan a los cuadros bíblicos formando un enjambre, por primera ocasión impidieron que los comerciantes bloquearan la avenida Ermita Iztapalapa.
Lo que no cambia son las familias que sostienen la tradición, y la convierten en una cita con sus propios pecados, remordimientos y ganas de tener una vida libre de culpas.
Por eso salen en masa a ver pasar a los nazarenos; se dice que hubo dos mil registrados, pero en realidad nadie sabe cuántos caminan hasta el cerro de La Estrella cargando cruces hasta tres veces más pesadas que ellos mismos.
La Pasión son esas bandas que tocan hasta el hastío la Marcha Dragona que sirve también como telón entre cada escena y el ejército de miembros del comité organizador que luchan por mantener al Vía Crucis sin incidentes mayores.
Iztapalapa en Semana Santa es una conmemoración gigante, que se encuentra en el punto de morir bajo su propio peso o convertirse en una cita de alcance internacional.
Cada año la representación de La Pasión se supera en cuanto a dimensiones y aspiraciones.
En su edición 172 busca proyectarse al mundo, y para ello el Comité Organizador de la Semana Santa anunció que buscará la declaratoria de Patrimonio Intangible de la Humanidad que otorga la ONU.
Para ello, La Pasión de Iztapalapa afina detalles, se busca tener mayor seguridad, se incrementó la calidad del vestuario respecto a años pasados, los escenarios son notoriamente más ricos en detalles, y la tecnología en su entorno se mejora: micrófonos inalámbricos, pantallas gigantes, circuito cerrado de televisión y la voz del tenor Fernando de la Mora que ya se convirtió en una tradición.
Los drones que se incorporan a los cuadros bíblicos formando un enjambre, por primera ocasión impidieron que los comerciantes bloquearan la avenida Ermita Iztapalapa.
Lo que no cambia son las familias que sostienen la tradición, y la convierten en una cita con sus propios pecados, remordimientos y ganas de tener una vida libre de culpas.
Por eso salen en masa a ver pasar a los nazarenos; se dice que hubo dos mil registrados, pero en realidad nadie sabe cuántos caminan hasta el cerro de La Estrella cargando cruces hasta tres veces más pesadas que ellos mismos.
La Pasión son esas bandas que tocan hasta el hastío la Marcha Dragona que sirve también como telón entre cada escena y el ejército de miembros del comité organizador que luchan por mantener al Vía Crucis sin incidentes mayores.
Iztapalapa en Semana Santa es una conmemoración gigante, que se encuentra en el punto de morir bajo su propio peso o convertirse en una cita de alcance internacional.
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