martes, 4 de agosto de 2015

Columna sin nombre

RUBÉN, EL FOTÓGRAFO REBELDE
Por: Pablo Jair Ortega
Indignación, tristeza e impotencia. Es lo que reflejan los mensajes de decenas de periodistas que tengo al alcance de las redes sociales. No hay más.
Rabia, enojo, encabronamiento. No es para menos, porque el fotoreportero Rubén Espinosa Becerril se había autoexiliado de Veracruz temiendo por su vida. Se supone que estaba a salvo lejos de la entidad cuyos asesinatos a periodistas son la firma de los últimos años. Se supone que lejos de aquí, la muerte, el espionaje chino, el acoso burdo, no lo alcanzarían.
Quizás con Rubén no compartíamos ideales, pero tampoco dejábamos de lado el saludarnos con cortesía: un "¿Quiovo, Rubén? ¿Qué onda, Pablo?" y ya... Si acaso una vez al mes.
Si bien no había una amistad cercana, uno no deja de pensar tristemente en que ese compañero al que saludaba, al que me topaba trabajando en diversos eventos o coberturas, sencillamente ya no está... Que así como "Cuco", en Acayucan, con quien hablábamos diario por MSN y pocas veces por teléfono, sencillamente dejó de existir y ya no está más. Que un ser humano con el que convivimos, aunque sea poco tiempo, partió de forma violenta de este mundo porque a alguien se le ocurrió tomar la iniciativa: a algún desquiciado psicópata, a un maldito asesino, a un perverso que aprovechó de manera sádica la circunstancia.
Y lo peor: se viene a sumar a las desgracias y tragedias contra periodistas veracruzanos o que hicieron pasos en territorio jarocho como Rubén en los últimos 8 años.
Se notaba también el enojo de Rubén por su exilio en el Distrito Federal: "Me caga", dijo alguna vez en entrevista; lo que denotaba su cariño por Veracruz pero especialmente por Xalapa, donde hizo muchos amigos que hoy lo extrañan, le lloran.
Independientemente de los motivos por los que haya decidido salir de Veracruz e irse a radicar a la Ciudad de México --de donde era originario-- hoy nos sumamos a la condena por su asesinato, así como presentamos respeto y condolencias a su familia.
Rubén Espinosa no debía morir. Quizás de viejito, solamente. Tampoco las otras 4 víctimas.
Tenía una juventud plena para seguir haciendo fotoperiodismo rebelde y sus constantes labores de activismo (criticables, pero respetables). Rubén tenía mucho que ofrecer y sin duda deja un legado en Veracruz entre las nuevas generaciones que les gustó su estilo de trabajo.
Hoy sólo nos queda gritar ¡JUSTICIA!, y que las autoridades capitalinas esclarezcan lo más pronto el atroz crimen que le quitó la vida.
En teoría, la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal no tendría ningún compromiso político o con mafias para dar a conocer la verdad histórica de porqué Rubén ya no está con nosotros.
Lo que sí sabemos en primera instancia, es porque decidió partir a otros rumbos, cagado de coraje, por irse de Xalapa.
Descanse en paz, Rubén Espinosa, el fotógrafo indómito.

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