Por: Pablo Jair
NOSTALGIA Y COCAÍNA
Estando en Coatzacoalcos, nos tocó aquella fase en la que prohibieron definitivamente el consumo de alcohol en el malecón costero y comenzó una burda campaña de que lo mejor era ir a los antros y bares de la ciudad que porque eran “más seguros”.
Acababan en el antiguo Puerto México las épocas en que uno se sentaba a la orilla de la playa con la palomilla a echar trago de los cartones de cervezas. Cuando volteabas a la izquierda o a la derecha y veías a miles de personas sentadas en una hilera humana interminable, símbolo de que no había mayor problema de convivencia para todos los de la zona sur que llegaban a Coatza.
Gente de Nanchital, Agua Dulce, Minatitlán, y otros lados, llegaban para disfrutar de la vida nocturna y no solamente era la juventud desenfrenada, sino también familias enteras que se sentaban a disfrutar del “frejco” del “malecas”.
Pero la disposición oficial (eran los tiempos del alcalde Marcos Theurel) llevaba una jiribilla verdaderamente perversa: la de que todos esos clientes potenciales ingresaran a los antros de Coatzacoalcos a consumir o emborracharse con precios mucho más elevados, así como también acceder al fascinante mundo de las “tachas” y “pericos” que comenzaron a venderse como dulces. Algunos antros también se sabía pertenecían a la mafia mexicana.
Justo en esos meses se recuerda a un Coatzacoalcos donde iniciaban los levantones y aparecían ejecutados. La plaza se calentaba, y mientras afuera espantaban con la violencia, el consumo de droga se fue disparando.
Ya cualquier escuincle esnifaba coca. Ya cualquier mocoso se sentía Zeta.
En Minatitlán antes se podía tomar en las banquetas y en los parques públicos. Siendo un pueblote, toda la gente se conoce y siempre ha existido la teoría de que no existen clases sociales o por lo menos no están tan remarcadas. En las mejores épocas uno podía sentarse en los escalones del desaparecido Ultramarinos Mina y cahuamear a gusto por horas sin que nadie se molestara.
Los policías municipales eran los más nobles, pues lo único que hacían eran acercarse para preguntar si todo estaba bien, que si les podían regalar cigarros o incluso las latas de cerveza por aquello de la venta del aluminio.
A la entrada de la Policía Intermunicipal como parte de las estrategias para reforzar la vigilancia en la zona sur, los policías se sentían contentos porque tenían uniformes nuevos, les daban alimentos y aparte tendrían más prestaciones como empleados directos del Gobierno de Veracruz y no municipales.
Pero también llegó la prohibición y el levantamiento de la gente a la que se viera tomando en las calles. También comenzó a correr la droga, que al menos en el pueblo era visto como algo muy underground. De los obreros que llegaban crudos a su trabajo y que se comían un chanchamito harto picante, pasamos a los que se veían por la madrugada buscando “polvo” para bajarse el pedo. Hasta las estaciones locales de radio dejaron de pasar la música tropical tradicional para atascarse de la onda grupera.
Ergo, la violencia en los antros prolifera. En tan sólo un fin de semana nos chutamos un pleito en el famoso Bar La Luz y un muertito a las afueras de otro tugurio en la colonia Nueva Mina.
Y sí… También cualquier “junior” se siente hijo de Carlos Slim, parido por la Reina del Pacífico.
En Xalapa, la disputa por el control de la plaza y la venta de droga ha llegado a niveles verdaderamente lamentables. Hay muertos como los del bar La Madame.
Creo que todavía nos tocaron las patadas de que las reuniones para convivir se hacían en casas y eran pocos los antros que realmente existían. De hecho pareciera que la cultura de la “disco”, del “video-bar”, estaban muy lejos de las costumbres xalapeñas de irse a encerrar a casa de alguien para embriagarse. Recuerdo todavía a estudiantes que llegaban a casa de alguien para tomar, fumar marihuana, escuchar música, platicar, jugar ajedrez, etc., muy lejos de la costumbre de ir al tugurio “punchis-punchis” a soltar el líbido.
Y es que ir a un antro a divertirse “sanamente”, es como decir que adentro venden pura horchata light, ositos de gomita sin azúcar y hacen alabanzas a Dios… Pero cada quién decide que se mete o saca o mete-saca de su cuerpo y cada quien tiene su grado de ingenuidad.
Tampoco se entiende cómo en el primer cuadro de la ciudad (por puro sentido común) nos enteremos de un violento pleito entre borrachos por medio del Feis y no por su detención oportuna por parte de fuerzas del orden que deberían estar cuidando lo que es la parte más “turística” de la ciudad; zona donde se ubican cafés y antros como Cubanías, muy populares, ubicados ahí en el callejón González Aparicio. Ya de perdida un policía a pie haciéndole al gendarme de antaño.
En serio no se entiende, y tampoco podemos pensar que todo sea culpa de la autoridad, pues como sociedad en general pareciera que nos estamos descomponiendo.
Mi impresión, mi sentir, es que todo es debido a la música de banda, a las apologías al narco en los medios, a la pobre educación, a la pérdida de valores familiares, al desempleo, a la nefasta corrupción, a la impunidad que causa rabia y hasta a la desinformación que abunda en las mentadas redes sociales.
Pero esa es la hipótesis chaira de un humilde “rucanrolero”. Cada quien su libre opinión.
NOSTALGIA Y COCAÍNA
Estando en Coatzacoalcos, nos tocó aquella fase en la que prohibieron definitivamente el consumo de alcohol en el malecón costero y comenzó una burda campaña de que lo mejor era ir a los antros y bares de la ciudad que porque eran “más seguros”.
Acababan en el antiguo Puerto México las épocas en que uno se sentaba a la orilla de la playa con la palomilla a echar trago de los cartones de cervezas. Cuando volteabas a la izquierda o a la derecha y veías a miles de personas sentadas en una hilera humana interminable, símbolo de que no había mayor problema de convivencia para todos los de la zona sur que llegaban a Coatza.
Gente de Nanchital, Agua Dulce, Minatitlán, y otros lados, llegaban para disfrutar de la vida nocturna y no solamente era la juventud desenfrenada, sino también familias enteras que se sentaban a disfrutar del “frejco” del “malecas”.
Pero la disposición oficial (eran los tiempos del alcalde Marcos Theurel) llevaba una jiribilla verdaderamente perversa: la de que todos esos clientes potenciales ingresaran a los antros de Coatzacoalcos a consumir o emborracharse con precios mucho más elevados, así como también acceder al fascinante mundo de las “tachas” y “pericos” que comenzaron a venderse como dulces. Algunos antros también se sabía pertenecían a la mafia mexicana.
Justo en esos meses se recuerda a un Coatzacoalcos donde iniciaban los levantones y aparecían ejecutados. La plaza se calentaba, y mientras afuera espantaban con la violencia, el consumo de droga se fue disparando.
Ya cualquier escuincle esnifaba coca. Ya cualquier mocoso se sentía Zeta.
En Minatitlán antes se podía tomar en las banquetas y en los parques públicos. Siendo un pueblote, toda la gente se conoce y siempre ha existido la teoría de que no existen clases sociales o por lo menos no están tan remarcadas. En las mejores épocas uno podía sentarse en los escalones del desaparecido Ultramarinos Mina y cahuamear a gusto por horas sin que nadie se molestara.
Los policías municipales eran los más nobles, pues lo único que hacían eran acercarse para preguntar si todo estaba bien, que si les podían regalar cigarros o incluso las latas de cerveza por aquello de la venta del aluminio.
A la entrada de la Policía Intermunicipal como parte de las estrategias para reforzar la vigilancia en la zona sur, los policías se sentían contentos porque tenían uniformes nuevos, les daban alimentos y aparte tendrían más prestaciones como empleados directos del Gobierno de Veracruz y no municipales.
Pero también llegó la prohibición y el levantamiento de la gente a la que se viera tomando en las calles. También comenzó a correr la droga, que al menos en el pueblo era visto como algo muy underground. De los obreros que llegaban crudos a su trabajo y que se comían un chanchamito harto picante, pasamos a los que se veían por la madrugada buscando “polvo” para bajarse el pedo. Hasta las estaciones locales de radio dejaron de pasar la música tropical tradicional para atascarse de la onda grupera.
Ergo, la violencia en los antros prolifera. En tan sólo un fin de semana nos chutamos un pleito en el famoso Bar La Luz y un muertito a las afueras de otro tugurio en la colonia Nueva Mina.
Y sí… También cualquier “junior” se siente hijo de Carlos Slim, parido por la Reina del Pacífico.
En Xalapa, la disputa por el control de la plaza y la venta de droga ha llegado a niveles verdaderamente lamentables. Hay muertos como los del bar La Madame.
Creo que todavía nos tocaron las patadas de que las reuniones para convivir se hacían en casas y eran pocos los antros que realmente existían. De hecho pareciera que la cultura de la “disco”, del “video-bar”, estaban muy lejos de las costumbres xalapeñas de irse a encerrar a casa de alguien para embriagarse. Recuerdo todavía a estudiantes que llegaban a casa de alguien para tomar, fumar marihuana, escuchar música, platicar, jugar ajedrez, etc., muy lejos de la costumbre de ir al tugurio “punchis-punchis” a soltar el líbido.
Y es que ir a un antro a divertirse “sanamente”, es como decir que adentro venden pura horchata light, ositos de gomita sin azúcar y hacen alabanzas a Dios… Pero cada quién decide que se mete o saca o mete-saca de su cuerpo y cada quien tiene su grado de ingenuidad.
Tampoco se entiende cómo en el primer cuadro de la ciudad (por puro sentido común) nos enteremos de un violento pleito entre borrachos por medio del Feis y no por su detención oportuna por parte de fuerzas del orden que deberían estar cuidando lo que es la parte más “turística” de la ciudad; zona donde se ubican cafés y antros como Cubanías, muy populares, ubicados ahí en el callejón González Aparicio. Ya de perdida un policía a pie haciéndole al gendarme de antaño.
En serio no se entiende, y tampoco podemos pensar que todo sea culpa de la autoridad, pues como sociedad en general pareciera que nos estamos descomponiendo.
Mi impresión, mi sentir, es que todo es debido a la música de banda, a las apologías al narco en los medios, a la pobre educación, a la pérdida de valores familiares, al desempleo, a la nefasta corrupción, a la impunidad que causa rabia y hasta a la desinformación que abunda en las mentadas redes sociales.
Pero esa es la hipótesis chaira de un humilde “rucanrolero”. Cada quien su libre opinión.
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