Los jerarcas del machismo
Por: Lydia Cacho
No tienen hijos pero intentan decirnos cómo educarles y guiarles. Piden justicia y predican por los justos según sus escrituras, pero cuando uno de los suyos viola a una niña, niño o mujer, las redes de su organización están preparadas para orquestar el ocultamiento, perpetuar la impunidad, para proteger criminales y dejarles cometer los mismos delitos una y otra vez en diferentes iglesias. No saben nada de pedagogía, sin embargo basados en preceptos del oscurantismo pretenden vetar la educación sexual de niños y niñas. Esa educación integral que busca ayudar a formar a seres humanos más íntegros y amorosos respecto a su sexualidad y sus relaciones eróticas.
La Iglesia, o más bien las iglesias, porque son lo mismo el Cardenal Norberto Rivera cuyo enriquecimiento inexplicable parece intocable por la ley, que el jerarca de la iglesia Ortodoxa de Antioquía Antonio Chedraoui, millonario amigo de pederastas, violadores y asesinos, de gobernadores corruptos y delirantes. Chedraoui cuyas celebérrimas fiestas de cumpleaños reúnen a los más dudosos personajes como Kamel Nacif Borge, Mario Marín, Carlos Salinas de Gortari.
Los líderes religiosos con mayor influencia en nuestros congresos legislativos, representan el retroceso, lo peor de la política religiosa que insiste, contra todo pronóstico de postmodernidad, llevar las decisiones públicas al ámbito de la imposición machista que se opone sistemáticamente a los Derechos Humanos, a las libertades cívicas, a la democracia.
Porque no estamos hablando de que la influencia de estos líderes políticos al incidir en las políticas públicas sobre derechos sexuales y reproductivos, por ejemplo en Veracruz, es simplemente un elemento de la democracia plural, no, su participación y la posterior celebración con el ignominioso gobernador Javier Duarte son parte de una connivencia extralegal, su incidencia en los congresos (acompañados por Beatriz Paredes hace un par de años para dar el mismo albazo en Quintana Roo y otros estados), es un acto político que traiciona los principios democráticos; es cabildeo oscurantista, decisiones hechas tras el oído de la sociedad, intercambio de favores, de poderes económicos, un ejercicio de poder patriarcal que impone el retroceso de las garantías constitucionales de la mitad de la población.
Estos son machos. Machos en tanto miembros elementales del sexo masculino, en tanto elementos dominantes de un grupo social, machos alfa en su ideología, que pretende imponer la mirada de lo masculino tradicional a fuerza de corrupción, ocultamiento, presiones políticas y tráfico de influencias.
No perdamos el tiempo, los obispos, cardenales o jerarcas de las diversas iglesias que insisten en imponer a las mujeres, a las niñas y niños su visión retrógrada del mundo, no tienen nada que hacer legislando. Sus templos están allí para que sus seguidores les escuchen y tomen decisiones sobre su vida, su moral, principios y valores basados en su construcción ideológica y en su propia mitología, pero nuestros templos cívicos laicos, los palacios legislativos, están aquí ante todo para que las leyes se conviertan en garantías que protegen los derechos de toda la población.
El problema para el feminismo, para los derechos de las mujeres y niñas, y para los hombres no tradicionales, no son la religión o la fe que cobijan a millones y les ayudan a ser mejores personas. En realidad quienes van por todo para destruir los avances en la igualdad son los jerarcas políticos, los patriarcas intérpretes de la mitología religiosa, los machos alfa del poder que persisten en hacerle creer a una parte de la población que el mejor de los mundos es ese en que los hombres mandan y las mujeres obedecen, en que ellos son proveedores y eso implica que sean adorados y tratados como una casta superior.
La mitología y las leyendas que estos jerarcas persisten en imponer en nuestras políticas públicas nada tienen que ver con la fe, ni siquiera con la religión, sino con la implementación y fortalecimiento de un pensamiento machista en que la diversidad sexual, la igualdad, la nueva masculinidad y la paz social no tienen cabida. La sufragista Rebeca West dijo “El feminismo es la idea radical de que las mujeres también son personas”; parece que los jerarcas se oponen a esa idea libertaria.
Ellos quieren a los rebaños divididos, angustiados, encerrados en el closet, amedrentados por la fantasía de un castigo divino de un Dios cruel al que, supuestamente, le interesa mantener la heterosexualidad, la sobrepoblación, la sumisión femenina, la supremacía masculina, la adultocracia, y si para lograrlo deben recurrir a alianzas con dictadores, asesinos, ladrones, narcotraficantes, violadores o pederastas, no hay problema, siempre está el cielo imaginario para perdonarles sus pecados contra la democracia.
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