viernes, 9 de septiembre de 2016

Plan b

Juanga, Nicolás y las lentejuelas
 
Por: Lydia Cacho

En su columna de Milenio Diario del 30 de agosto el entonces director de TV UNAM Nicolás Alvarado publicó el texto No me gusta Juanga (lo que le viene guango). La dos terceras partes de su columna se dedican a equiparar a Juan Gabriel con la Virgen de Guadalupe y Octavio Paz; habla de la genialidad musical que le señalan los expertos a quienes consultó, y a pesar de su opinión personal plasmada en último párrafo, en que aclara su desprecio por la música y letras del cantautor, hizo un programa especial eligiendo a los mejores para homenajear al padre del Noa Noa. El lenguaje que utilizó indignó a muchos y las redes sociales magnificaron la reacción.
Me parece que fue un acto de honestidad que Nicolás se haya reconocido clasista y Snob. En un país donde millones de personas se rigen por sus prejuicios hacia las y los otros por raza, clase y condición social, es interesante que alguien admita esa debilidad discriminatoria. Sabemos que Nicolás es totalmente Louis Vuitton y que toda estridencia fuera de moda que no cuide las formas le inquieta; de allí que diga que le molesta que Juanga sea iletrado y melodramático, además aborrece sus lentejuelas por nacas.
Creo que hay algo más detrás de la columna. En los Estados Unidos la palabra nigger, peyorativo utilizado por los esclavistas, es comúnmente usada por personas de raza negra, pero si un blanco la dice puede ser quemado en leña verde. Hay algo en la apropiación cultural de grupo que parece admitir una especie de permisividad a veces en tono satírico, tal como sucede con las feministas que hacen bromas que serían inaceptables en boca de un machista recalcitrante. Tal vez en el fondo Nicolás sintió que su crítica venía desde el mundo gay en que se mueve y por tanto no era homofóbica sino la simple distinción de humor ácido entre lo “joto kitsch” y lo “joto fancy”.
Las diversas reacciones frente a la columna de Nicolás Alvarado pasan por el tamiz de la animadversión que muchos le tienen como individuo y resultan interesantes para el debate público por múltiples razones, entre ellas esclarecer qué implicaciones tiene imponer la cultura de lo políticamente correcto, lo que subyace en esa corriente y lo que oculta al imponer discursos. Por otro lado la ética periodística y la responsabilidad y consecuencias que conlleva tener liderazgo de opinión en un medio de comunicación. Se vale preguntarnos si un funcionario público que representa la cultura tiene derecho a decirle naco, joto o puto, a otro personaje público, o si mientras tenga esa investidura está vetado ¿Qué diferencia habría si Nicolás no fuera, además, un reconocido columnista cultural y en cambio fuese solamente el secretario de Desarrollo Social o el director de  la carrera de leyes de la UNAM? Todos ellos viven de dinero público. La investidura implica mayor responsabilidad. La libertad de expresión y el puesto público implican autolimitación; al leer la columna de Alvarado descubrimos que narra su obligación de hacer un especial para TVUNAM ¿habla entonces como crítico de cultura o como director de televisión pública?
Por ejemplo si el rector de una universidad pública o un gobernador se autodenomina clasista y dice que los nacos le irritan ¿debe ser destituido? ¿por quiénes? Por los nacos que se sienten aludidos, o por los defensores de los nacos porque los otros no tienen mucho con qué defenderse. A todo esto ¿quiénes son los nacos? ¿qué es ser naco? ¿quién usa la palabra joto desde 1970?
Pero los intelectuales no pueden dárselas de adalides de la libertad de expresión. Cuando alguien critica a sus ídolos literarios les parece inadmisible (tan apasionados  a veces como los fans de Juanga). El fanatismo, no importa de dónde venga, siempre produce enardecidas discusiones que terminan en descalificaciones que impiden ir al fondo del asunto; en nuestro país estas diferencias se convierten en violencia y linchamiento.
A diario alguien desata un infiernito en algún rincón del mundo a causa de defender lo políticamente correcto, por otro lado hay un ímpetu civilizatorio en la cultura de la igualdad y la inclusión social que beneficia a toda la sociedad; creo que aún no hemos encontrado la fórmula perfecta, aunque hay algunas claves muy útiles en el manual periodístico “Escrito sin Discriminación”.
Debemos agradecerle su columna a Nicolás, porque ha puesto sobre la mesa los alcances y obligaciones de una institución como CONAPRED. Es claro que él no tomará un curso para no discriminar y tampoco se va a autocensurar, pero me pregunto si el ex alcalde de Benito Juárez (Cancún) que dijo que “mandaría a las prostitutas a donde pertenecen: a la basura” necesitaba un curso urgente. La libertad de expresión no está a discusión, Nicolás tiene derecho a opinar lo que le dé la gana y a asumir las consecuencias de su opinión. Si las universidades públicas despidieran a sus funcionarios por su ideología discriminatoria cada mes veríamos a más sexistas, misóginos, clasistas, racistas u homófobos perder su trabajo. Por eso se ha dicho, y es cierto, que los castigos ejemplares impulsan la auto-modulación de los individuos para evitar cometer actos o conductas antisociales.
Hasta donde sabemos Alvarado renunció a TVUNAM, pero antes hizo un especial digno del Divo de Juárez y su prejuicio no impactó su responsabilidad. Como sea, este suceso nos ayudó a debatir la diversidad ideológica, el disenso y sus alcances. También nos recuerda que para opinar es importante leer toda la columna y no sólo fragmentos de ella.

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