Por Ban Ki-Moon
Treinta y cinco años después de la aparición del sida, la comunidad internacional puede echar la vista atrás con cierto orgullo por los resultados conseguidos, pero también debe mirar hacia el futuro con la determinación y la voluntad de lograr el objetivo de poner fin a esta epidemia para 2030.
Se ha avanzado mucho en la lucha contra la enfermedad. En la actualidad, más personas que nunca reciben tratamiento. Desde 2010, el número de niños infectados por transmisión materno infantil se ha reducido a la mitad. Cada vez son menos las personas que mueren al año por causas relacionadas con el sida, y quienes tienen el VIH viven durante más tiempo.
El número de personas con acceso a medicinas esenciales se ha doblado en los últimos cinco años y supera ahora los 18 millones. Con las inversiones adecuadas, el mundo puede acelerar el logro del objetivo que se ha propuesto de conseguir que 30 millones de personas estén en tratamiento para 2030. Actualmente, más de 75% de las personas que lo necesitan tienen acceso a medicinas para el VIH que previenen la transmisión materno infantil.
Aunque los avances son evidentes, los logros siguen siendo frágiles. Las mujeres jóvenes son especialmente vulnerables en los países donde la prevalencia del VIH es alta, sobre todo en África Subsahariana. El virus sigue afectando a las poblaciones clave de manera desproporcionada y el número de casos nuevos de infección va en aumento entre las personas que se inyectan drogas, así como entre los gays y otros hombres que tienen relaciones sexuales con hombres. La epidemia del sida avanza en Europa Oriental y Asia Central, donde se ve recrudecida por el estigma, la discriminación y unas leyes punitivas. En el mundo, las personas económicamente desfavorecidas no tienen acceso a los servicios y los cuidados necesarios. La penalización y la discriminación hacen que más personas se infecten cada día. Las mujeres y las niñas se siguen viendo especialmente afectadas.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se aprobó con la promesa de no dejar a nadie atrás. En ningún otro ámbito es esta promesa tan importante como en la lucha contra el sida. Prestar apoyo a las personas jóvenes, vulnerables y marginadas cambiará el curso de la epidemia. El marco estratégico de ONUSIDA se ajusta a los ODS, en los que se ponen de manifiesto los vínculos entre el VIH y el progreso en materia de educación, paz, igualdad de género y derechos humanos. Me enorgullece ver cómo las Naciones Unidas y ONUSIDA, con Michel Sidibé a la cabeza, tienen la determinación de buscar nuevas y mejores formas de poner fin a esta epidemia.
En los primeros diez años, los grupos afectados se negaron a aceptar la inacción, la mediocridad y la debilidad de la respuesta ante el sida. Su valentía hizo posible que se consiguieran mejoras con respecto a la salud de las mujeres y los niños, que disminuyera el costo de los medicamentos esenciales y que se diera voz a quienes no la tenían. Todos debemos sumarnos a ese espíritu combativo. En este Día Mundial de la Lucha contra el sida, aplaudo los esfuerzos incansables de los dirigentes, la sociedad civil, los compañeros del sistema de las Naciones Unidas y el sector privado en favor de esta causa.
Al finalizar mi mandato como secretario general, hago un firme llamamiento a todos: volvamos a comprometernos a hacer realidad, todos juntos, nuestra visión de un mundo sin sida.
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