MUJERES AL GRITO DE “BASTA, NI UNA MÁS, NI UNA MENOS”
En cualquier lugar, en cualquier momento, una mujer muere con violencia en este país ¿víctima de qué? De la inseguridad, de la incompetencia de la autoridad, de su negligencia. ¿De qué? ¿Son acaso víctimas de una sociedad pasmada, pasiva, indolente, indiferente al dolor que sufren quienes han perdido una hija, una hermana, una madre? O inconscientes. Sí, también se requiere conciencia sobre un concepto que, por desfortuna, se encuentra fuertemente activo: feminicidio. En México, se tiende a denostar una alerta de género, cuya traducción más simple podría ser “en México, existe una alerta a causa de que matan mujeres, fundamentalmente por ser mujeres”. Casi absurdo. Trágico, injustificable; detonante, esperemos, para acciones que cambien un escenario preocupante.
Las cifras son aterradoras y aún más aterradora es la nula acción o respuesta de la autoridad a tantas muertes.
Se necesita focalizar lo anterior. Sobre el dolor, o la inconsciencia social, impera la impunidad. Allí se normaliza. En la visión gubernamental que culpa a la víctima y deja a-s-e-s-i-n-a-r sin consecuencias. La Asamblea General de las Naciones Unidas, en su Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer establece que feminicidio es “Cualquier acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda tener como resultado el daño físico, sexual o psicológico para la mujer, que incluya las amenazas de tales actos, la coacción, o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la privada. En la familia, dentro de la comunidad o perpetrada o tolerada por el Estado”.
Existe un exceso de tolerancia (al grado casi de complicidad) por el Estado; basta con decir que nuestro país es noticia sobre feminicidios a nivel mundial. Arnoldo Kraus escribió “en Puebla la muerte tiene nombre de mujer” por la cantidad de mujeres asesinadas en ese lugar. Mara se vuelve un número más. O no. Depende de cuánta justicia exijamos. De cómo nos organicemos.
De las voces que se unan para hacer cumplir la ley.
También de la responsabilidad que asuma cada quien. Las agresiones a la mujer inician, tristemente, en el seno de la familia. Uno de tantos carteles en las marchas contra la violencia decía “Mamá cuando dejas que te agredan estás educando hijos que van a matar a sus mujeres e hijas, que creen que lo merecen”. Otra consigna, entonces, es romper, desde esa primera trinchera, una cadena de muerte y dolor, aparentemente interminable.
La violencia contra la mujer no es sólo en México, sino a nivel mundial. Su erradicación presenta tantos desafíos como actores. Incluida la religión, la cual juega un papel relevante por los dogmas que impiden cambiar pensamientos y formas de actuar. La violencia de género se presenta en todas las sociedades y culturas, sin importar su raza, etnia, posición social o económica ni nacionalidad. Dijo Daniel Moreno hace más de un año, sobre los feminicidios “no hablo de lo extraordinario sino de lo normal, aunque sea con frecuencia silenciada”.
En un país con una altísima deuda de justicia respecto a la violencia de género, cabe decir que “si la lluvia cae porque la nube ya no puede soportar el peso. Las Lágrimas caen porque el corazón ya no puede soportar el dolor”. Ante los asesinatos, se está de luto, pero sin cesar en la lucha. El dolor, que sea motor de protesta contra los índices voraces de violencia.
Lo que pasa en México es síntoma de una sociedad enferma. Que se entienda que ¡El silencio es cómplice! Que se necesitan una a una sumar las voces y gritar con toda la fuerza “Basta, ni una más”.
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