Ciudad de México.- Es 1755. Noviembre 1, Día de Todos los Santos. Entre las 09:30 y las 09:40 horas (las crónicas no lo dejan perfectamente claro) un movimiento de tierra calificado como la ira de Dios, sacude la península ibérica. El terremoto, con una magnitud calculada entre 8.7 y 9.0 grados en la escala sismológica de Richter, destruye por completo la ciudad de Lisboa.
El epicentro es en el océano Atlántico, en la zona de fractura Azores-Gibraltar, frontera entre la placa euroasiática y la africana, a menos de 300 kilómetros de la ciudad. Se caracteriza por su gran duración, dividida en varias fases, y por su violencia. Causa la muerte a una 60 mil personas.
Pero la tragedia no acaba aquí.
El agua del mar retrocede y cuarenta minutos después tres tsunamis de entre 6 y 20 metros anegan el centro de la ciudad y ahogan a los sobrevivientes. Donde el agua no había llegado lo hace el fuego, que acaba por destruir casi toda Lisboa.
En total, mueren entre 70 mil y cien mil seres humanos.
La sacudida de la tierra se siente tanto en Francia como en Estados Unidos. La agitación de los mares afecta también la costa atlántica de la Península.
Perros, caballos y otros animales empezaron a correr, huyendo. Pasaban al lado de las personas que se encontraban en ese momento en la calle sin saber qué les ocurría.
¿Se habían vuelto locos?
No.
Estaban aterrados por la presencia de la muerte y fueron los primeros en advertir el peligro de ese terremoto que la humanidad jamás olvidará.
El sismo, acompañado de un tsunami y de un incendio, destruye la capital de Portugal, y además de los cien mil muertos, sacude los cimientos filosóficos y políticos de Europa
Alguien tiene que contarlo.
Y sí, ese alguien lo hizo con todos los detalles, como leeremos a continuación.
El siguiente es un texto en memoria de la fecha que cambió el curso de la historia, publicado en Cofrades de Bornos. y narra de manera precisa lo sucedido:
Estos datos sobre el Terremoto de Lisboa en Bornos han sido recabados en el Instituto Geográfico Nacional, sacados del libro intitulado "Los efectos en España del terremoto de Lisboa" (1 de noviembre de 1755), cuyo autor fue José Manuel Martínez Solares.
Cuatro informes transcritos de los documentos del Archivo Histórico Nacional.
1. Informe del Alcaide y Corregidor de la Villa de Bornos.
En cumplimiento de la carta Orden que incluye el requisitorio que antecede, yo, don Carlos Texeiro de Valcarzel, Alcaide y Corregidor de esta villa de Bornos, informo lo siguiente:
En el día primero del corriente mes de noviembre amaneció en esta villa claros los horizontes, despejado el cielo, un poco viento, por lo que se notó había una niebla no muy densa, aterrada, y la Luna, más crecida que correspondía a los días que tenía de menguante, pues hallándonos a los cinco de él, parecía no tener ninguno y hacía un calor no muy propio del tiempo, sobre lo cual no se hizo la menor reflexión.
A las nueve y tres cuartos de la mañana, poco más o menos, de dicho día se empezó a sentir un temblor de tierra con bastante estruendo como de tormenta de lejos, el que, a el principio algo lento y fue creciendo por instantes su violencia y ruido hasta notarse en los edificios y casas grandes vaivenes, moviéndose toda la tierra y estos fueron creciendo hasta que se terminó, el que, no obstante de la turbación de todos, se notó duraría como ocho o nueve minutos las vibraciones de los edificios y paredes; parecían haber sido de la parte del Norte a el Poniente, por lo que a esta parte se han reconocido los mayores daños y por las aberturas en las paredes que lo denotan.
También se notó que este río, llamado Guadalete, por dos veces se dividieron las aguas, suspendiéndose su corriente con intervalo de algún tiempo, el que después volvió a su curso. Asimismo su nacimiento de agua muy abundante, con lo que muelen siete molinos de pan y riegan muchas huertas, aunque después de haber pasado el terremoto volvieron dichas aguas con mucha abundancia a que antes, y hoy subsiste con más, sin embargo de estar exenta de recoger agua llovediza.
El monasterio de Padres Gerónimos, extramuros, quedó muy maltratado, estando la Iglesia cuarteada lo bastante, los claustros, celda prioral, librería y refectorio y otros oficios en la misma conformidad.
La parroquia de Santo Domingo, convento de monjes de Padres Franciscos y ermita de la Caridad corrieron igual desgracia. Como, asimismo, en el Palacio del Excelentísimo Señor Duque de Medinaceli, dueño de esta villa, se cuarteó la vivienda que llaman de los Azulejos, que mira a la Plaza de la Fuente, y al Mediodía, habiéndose abierto la esquina de la torre, la que está amenazando gran ruina a dicha población.
Casas, una se hundió y de algunas se han caído como pedazos de pared, uno de mucha consideración, y quasi las demás han quedado algo cuarteadas.
Desgracias en personas ni animales no ha habido ninguna, aunque hubo mucha confusión y espanto en todo el pueblo, pues dejaban todas las Iglesias y casas, saliéndose la gente a las plazas, calles y campo, según a cada uno le cogía la cercanía del sitio, conceptuando cada uno que ya era llegada la fin del mundo, pues en lo natural parece no cabía semejante duración del temblor de tierra, tanta violencia y estruendo.
Como se experimentó sin haberse previsto antes otras señales que lo indicase, que las ya dichas y no reflexionadas o prevenidas entonces. Que es cuanto en mi informe puedo decir en razón de lo que se me manda por la expresada carta Orden y requisitorio predicho.
Bornos, y noviembre veinte y tres de mil setecientos cincuenta y cinco.
Don Carlos Texeiro de Valcarzel.
2. Informe de los Curas y Beneficiados de la Iglesia Parroquial de Santo Domingo de la dicha Villa de Bornos.
El vicario, beneficiados y curas de la Iglesia parroquial de Señor Santo Domingo, de Bornos, correspondiendo a la atenta demostración que hemos debido a el Señor Corregidor de ella, de pedirnos expongamos la observancia que hicimos del terremoto acaecido en el día primero de este mes para informar de dicho fatal suceso a el Rey Nuestro Señor (Dios le guarde), que desea actuarse de él y sus circunstancias, decimos:
Que es cierto que en el referido día, como a la hora de las diez de la mañana, puso a todos los de este pueblo en el más congojoso conflicto dicho terrible terremoto, dejándoles entender que le enviaba Su Majestad para acabar sus vidas, pues por su nunca vista duración que fue de quasi un cuarto de hora y por lo riguroso del estremecimiento de la terrestre máquina se consideró el más alentado y varonil a los umbrales de la muerte.
Y a la extraordinaria conmoción de la tierra imitaron en ella todos los edificios, no quedando a nadie que dudar se hundirían todos.
Respecto de haber visto muchos en ademán de trastornarse y oído un pavoroso ruido que persuadía se desquiciaban y subvertían indefectiblemente, haciendo más inconsolable la pena en que se observaba debajo de aquella a modo de tonitruosa [sic] tempestad, hubo quien advirtió en nuestra Iglesia, en la que concurríamos todos los eclesiásticos, hallándonos en dicha hora en la procesión de tercia, que desunidos todos los arcos de las paredes entró bastante Sol por algunos de los huecos que se descubrían, lo que prueba se abrieron los tejados y bóvedas de ella, y lo evidenció de haber visto caer en todas muchas porciones de mezcla y algunos fragmentos de ladrillos.
En un nacimiento de agua muy copiosa que hay en esta villa hubo notable alteración, pues advirtiéndose a el pronto el temblor alguna escasez en él brotó luego, con tanto acceso y abundancia, que ha admirado a todos, habiendo sido turbia la que salió en el principio del incremento.
Por lo que respecta a daños, resulta de este horror tenemos muchas gracias que dar a Su Majestad, pues no se hundió fábrica alguna aunque dicha nuestra Iglesia está muy maltratada y en urgente precisión de repararse, porque habiéndose reconocido por Peritos, aseguran se caerá si se le dilata el remedio, temiendo como tiene partidos todos los arcos y deshechas las bóvedas y techos, y que no se podrá habilitar a que con dos mil ducados.
Todas las ermitas quedaron también harto ofendidas. Y lo mismo los conventos de San Gerónimo y de religiosas de Santa Clara y otras muchas casas.
No ha sucedido desgracia alguna en personas ni animales.
No creemos pudiera ninguno pronosticar dicho fracaso cuando no hubo señal que lo indicara mediante bullir en dicha mañana un riguroso aire a el Aquilón, en cuya constitución no era regular esperarle, porque comúnmente se han experimentado estos efectos en grande serenidad y porque no se advirtió en los antecedentes días fetidez alguna en las fuentes ni en los pozos ni en la agua que de ellos se extraía, premisa cierta de semejantes consecuencias.
Y atendiendo a lo universal que ha sido, según se dice, en todo el Reino, no nos podemos persuadir a que provino de natural, sino que se derivó de la Divina Providencia, cuyos fallos y determinaciones son inexcrutables a nuestra humana limitada comprehensión.
Que es cuanto podemos referir. Y lo firmamos en dicha villa, en veinte y uno de noviembre de mil setecientos cincuenta y cinco años.
Don Manuel Joseph de la Barra, Don Alonso Suárez de Vega, Don Miguel García Hermoso, Don Gerónimo Ruiz de Perea.
3. Informe del Prelado y Comunidad de San Francisco
de dicha Villa de Bornos.
Día primero de este mes de noviembre del presente año de cincuenta y cinco, habiendo amanecido sereno, el cielo claro y despejados los horizontes, con un escaso y templado viento se continuó del mismo modo hasta las diez de la mañana, algunos minutos menos.
A esta misma hora se comenzó a sentir un temblor de tierra, al principio con alguna lentitud, mas fue creciendo por instantes su violencia, tanto que los templos, casas y demás edificios se notaron desmesurados vaivenes. En estos se percibieron y notaron como tres repeticiones, aumentándose en cada repetición la violencia con tal estruendo que, crujiendo y estremeciéndose las bóvedas y maderos de los techos, amenazaban la más formidable ruina.
También se notó durante el terremoto el estrépito o ruido como sordo y entrañado en la tierra, el cual se percibía como de lejos. Su duración se notó sería el tiempo de diez minutos, a corta diferencia.
La aflicción general que se padeció en este corto tiempo no es explicable, pues fue tan grande la confusión y turbación de todos que, desamparando sus casas y saliéndose de las Iglesias se iban a las calles, plazas y campos, según el sitio en que cada uno estaba, haciéndose juicio que era el último [día] de su vida.
Por la Piedad y Misericordia con que Dios miró a este pueblo no se han reconocido especiales desgracias en personas ni animales, mas en los templos y edificios hubo algunas ruinas. En este dicho convento han quedado algunos arcos y paredes con algunas alturas o rajas, aunque no de las mayores.
El Monasterio del Señor San Gerónimo padeció bastante en la Iglesia, claustros, celdas, y de éstas la provincial quedó inhabitable.
La Iglesia parroquial también padeció y se quebrantó en algunas partes, como también la ermita de la Caridad.
Un nacimiento copioso de agua, que tiene este pueblo se reconoció con el terremoto con mucha más agua, la que, en parte, aún dura todavía.
El río que también cerca este pueblo es voz de muchos que le vieron que tuvo algunos movimientos preternaturales en sus aguas, suspendiéndose su corriente por algunos intervalos de tiempo.
No se ha notado que alguna persona percibiese o advirtiere señal alguna que pudiese indicar o anunciar semejante terremoto.
Esto es todo cuanto en esta Comunidad se ha experimentado y notado, que poder decir con toda verdad en este informe, en cumplimiento del requisitorio hecho, y por ser verdad todo lo dicho, lo firmamos el Guardián y los Religiosos discretos y autorizados, en 22 de noviembre de mil setecientos cincuenta y cinco.
Fr. Christóbal Crespo de San Bartholomé, Guardián; Fr. Joseph Lorenzo Dávila, Definidor Lector; Fr. Francisco de los Santos, Definidor; Fr. Lorenzo Dávila, Definidor Lector.
4. Informe del Prior de San Gerónimo de Bornos.
Fray Joseph de los Reyes, Prior de este Monasterio de Nuestra Señora del Rosario, Orden de Nuestro Padre San Gerónimo, extramuros de la villa de Bornos, habiéndome exhibido el Señor don Carlos Texeyro de Valcarzel, Corregidor de esta dicha villa, una carta del Rey Nuestro Señor (que Dios guarde) la que se dirige a que se dé noticia de lo acaecido sobre el temblor de tierra que hubo el día primero de este mes de noviembre de 1755, su duración y movimientos, y las ruinas y perjuicios que ocasionó, digo y declaro fiel y legalmente:
Que por la mañana de dicho día observaron algunos religiosos una niebla como nubes estar pegadas con la tierra, estando los horizontes claros y siendo las diez del día, minutos más o menos, estando cantando la Gloria, se oyó un ruido confuso, empezando a moverse toda la Iglesia y convento, y cada instante con más fuerza, moviéndose las Imágenes del altar mayor, como si estuvieran unas hasta caerse las coronas de sus cabezas, y a la primera situación se destejó toda la parte del tejado de la Iglesia, que mira a Mediodía, crujiendo las maderas de toda ella con desmesurado ruido, cayéndose toda la cornisa del arco toral en el plan [= plano] de la Iglesia.
Duró este terremoto, según mi poca inteligencia, más de medio cuarto de hora.
Después se prosiguió la misa, descubriendo a Su Majestad, que estaba en el tabernáculo, dándole las debidas gracias por no haber asolado todo este Monasterio.
Luego, por la tarde, registraron todo el Monasterio los alarifes, así de carpintería como de albañilería, y hallaron que la pared principal que mira a Poniente se había desnivelado como media vara por el tejado, y un jeme por la mitad, quedando inhabitable la celda personal, librería y todo el refectorio, porque dicha pared se está viniendo a tierra con todo el tejado.
Los dos claustros, el de Mediodía y Poniente, tienen una cuarta sacados por enmedio hacia la luna del claustro todos los arcos, así del claustro como de todas las capillas de la Iglesia, rajado y uno apuntalado en el claustro.
Las paredes principales y tabiques de todas las celdas quebrantados y muchos cielos rasos caídos.
Fueron tan grandes sus movimientos, que se movía la torre una vara hacia el Mediodía y otra hacia el Norte, con todo el edificio.
La pila del agua bendita se derramó y también el estanque donde se recogen las aguas para regar la huerta echó fuera el agua por de dos a tres veces con los vaivenes del temblor.
Es cuanto tengo que declarar sobre dicho asunto.
Y, para que conste ser verdad todo lo referido, lo firmé en el Monasterio, en veinte días del mes de noviembre de mil setecientos cincuenta y cinco años.
Fray Joseph de los Reyes, Prior de San Gerónimo.
Nota final
El terremoto del sábado 1 de noviembre de 1755, día de Todos los Santos, ocurrido a la hora de la misa mayor causó un enorme impacto en su época ya que produjo varios miles de víctimas en Portugal, España y norte de Africa y daños económicos muy elevados. Fue sentido en la totalidad de la península Ibérica así como en algunos lugares del resto de Europa occidental, como la zona sur de Francia o del norte de Italia y se percibió levemente en Hamburgo, aunque en muchas otras zonas del continente, e incluso de América, se observaron fenómenos asociados como la alteración de las aguas en calma. También se registraron sus efectos en alguna de las islas del Atlántico como Cabo Verde, Azores, Madeira y Canarias. Este importante suceso, de ocurrencia no habitual en Europa, dio lugar a numerosos escritos y publicaciones de muy distinto tipo como cartas, poemas, sermones, o también de carácter filosófico y científico entre cuyos autores podemos citar a pensadores contemporáneos como Ortiz Gallardo de Villarroel o Feijoo.
Incluso en el extranjero, intelectuales como Goethe, Voltaire o Kant escribieron sobre el origen y causa de los terremotos. La gran incidencia social que tuvo este gran acontecimiento produjo un notable avance en el conocimiento y efectos de los terremotos y seguramente marcó el inicio de la sismología moderna.
Debido a que fue en la ciudad de Lisboa donde ocasionó los mayores daños, a causa sobre todo del incendio que se generó, este gran sismo ha venido en denominarse como el terremoto de Lisboa, a pesar de estar su epicentro situado en el océano Atlántico a una distancia de varios cientos de kilómetros, concretamente al suroeste del Cabo de San Vicente.
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