Ciudad de México.- Miguel Covarrubias, Saturnino Herrán, María Izquierdo, Frida Kahlo, Agustín Lazo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Antonio Ruiz El Corcito, David Alfaro Siqueiros, Remedios Varo, Ángel Zárraga, por mencionar unos cuantos, sentaron la modernidad de la plástica mexicana en el sincretismo cultural del país. Sus pinturas, murales o esculturas son reflejo del mestizaje que caracterizó la construcción de nacionalidad en México durante la primera mitad del siglo XX. Y hacer una lectura de este arte moderno resulta en un abanico de manifestaciones desde los maestros del muralismo hasta los estridentistas y surrealistas.
El Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) despliega este abanico en la exposición México moderno. Vanguardia y revolución, que hoy inaugura con 170 obras de los 60 artistas más representativos del periodo. Es un panorama de cómo el arte construyó la identidad nacional no sólo a través de la labor de José Vasconcelos y su encomienda del muralismo y las escuelas de pintura al aire libre, sino también por la influencia de artistas experimentales, incluso emergentes, que sentaron las bases de la modernidad.
“Si bien el muralismo es un referente primordial del periodo, y la exposición incluye algunos ejemplos de pintura monumental transportable, buscamos también indagar en los múltiples mecanismos que se dieron entre las diversas manifestaciones de la época. Por lo tanto, se exhiben propuestas emergentes de la literatura, la música, el cine y la cultura en general, que son vitales para la comprensión de las artes plásticas del periodo en un contexto amplio”, plantea Victoria Giraudo de la exposición organizada entre el Museo Nacional de Arte (Munal) y el MALBA.
La muestra se presentó primero en París en 2016, pero para Argentina se actualizó el guión curatorial y se exhiben piezas nuevas. De estas destacan el dibujo de Diego Rivera Man at the Crossroads (1932) y la pintura de Frida Kahlo Fulang-Chang y yo (1937), que el Museo de Arte Moderno de Nueva York presta por primera vez a una institución latinoamericana. El de Kahlo es el único ejemplar de este retrato que en 1939 ella misma agregó un marco y un espejo artesanal oaxaqueño. Además se presenta la pintura monumental Baile en Tehuantepec (1928) de Rivera, que Eduardo F. Costantini, fundador del MALBA, adquirió el año pasado.
“El arte moderno mexicano posrevolución fue tan rico y potente en torno a la búsqueda identitaria, fruto del mestizaje cultural y del sincretismo, que no puede circunscribirse sólo al muralismo como bandera artística, ni leerse sólo en términos nacionalistas, sino que, justamente, en la pluralidad y convivencia de tan variadas propuestas estuvo su riqueza”, recalca Giraudo, una de las tres curadoras, en el catálogo bilingüe de la muestra.
De muralistas y surrealistas
Dividida en cuatro núcleos, la curaduría desarrolla temas como la modernidad cosmopolita versus la revolución social; las raíces indígenas frente a las experiencias surrealistas adoptadas del extranjero. Y aunque el guión no es cronológico, sí plantea una perspectiva amplia de la producción artística desde inicios de los 1900 hasta las décadas de los 50 y 60. Por ejemplo, se exhiben las pinturas cubistas de Rivera junto al Autorretrato de Ramón Goméz de la Serna y el Retrato de Best Maugard, que hizo entre 1913 y 1915. Más adelante está Vendedora de Alcatraces y la pintura monumental de nueve metros de ancho Río Juchitán que datan de los años 40 y 50, también del muralista guanajuatense.
Se incluyen obras como Retrato de María Asúnsolo, Autorretrato (el coronelazo) y Accidente en la mina de David Alfaro Siqueiros; El desmembrado (cádaver) y Cabeza flechada de José Clemente Orozco; Erupción de Paricutín de Dr. Atl; La Bailarina desnuda, de Ángel Zárraga, entre otras.
“Los muralistas crearon una iconografía que se reprodujo tanto en escuelas y edificios públicos como en caballetes, y cuyos temas fueron la identidad: el mestizaje racial e ideológico representado en personajes protagónicos como el indígena, el obrero, el campesino, la maestra rural o los revolucionarios, y, en un segundo momento, la patria, la justicia y la denuncia social”, explica Ariadna Patiño Guadarrama, curadora del Munal.
En ese sentido destaca el tercer apartado donde se da cuenta de los elementos populares que se insertaron en la creciente modernidad. Son pinturas en las que se miran motivos de las festividades, el culto a la muerte, las danzas, el folclore, las máscaras y los trajes típicos de los pueblos mexicanos. Aquí aparece también el método del artista Adolfo Best Maugard para enseñar el dibujo basado en el estudio de los elementos de objetos populares precolombinos y contemporáneos.
A diferencia de otras exhibiciones de arte mexicano de este periodo, en este caso se da un peso relevante al estridentismo, planteado como “vanguardia actualista” e inspirada en el futurismo y en la vanagloria de la ciudad moderna. Y así se habla de la literatura, la fotografía y el cine inspirados en la tecnología que fueron parte del “remolino cultural” de la época.
La curaduría concluye con el surrealismo mexicano que André Breton descubrió en 1938: “No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo”. Sentencia que refiere al sincretismo de las raíces del mundo prehispánico con las tradiciones religiosas virreinales que quedaron impresas en retablos, exvotos, altares e iconografía popular. Y que en los años 30 retomaron Agustín Lazo, Frida Kahlo, María Izquierdo, Remedios Varo, Leonora Carrington, Wolfgang Paalen, Alice Rahon, José y Kati Horna.
“El mismo sentido de universalidad y apertura del arte mexicano fue el adoptado por los pintores surrealistas venidos de Europa, que encontraron en México, durante los años 40, un lugar donde lo onírico y lo mágico convivían con lo real”, señala la curadora Sharon Jazzan Dayan.
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