Por: Francisco Tobías
En la época actual, la gran mayoría de las naciones viven bajo esquemas de gobierno que operan bajo el eje rector de la democracia. Ya sea en su mayoría representativa y en algunos casos participativa, es el sistema que maniobra con mayor armonía; sin embargo, no todo funciona como lo dicta la teoría. Hoy, el descontento social ante las deformaciones de la democracia que hacen algunos de sus representantes hace que surjan expresiones como el populismo.
El populismo es una respuesta ante la democracia elitista, ya que muchas de las veces, las élites ya no velan por el interés público y han ido siendo desacreditadas por sus incoherencias. La incapacidad de algunos partidos políticos, han abierto un espacio para otro tipo de políticas impulsadas por movimientos sociales. En teoría, en el populismo se incluye la acción directa de participación de los ciudadanos.
Pero generalmente, el populismo funciona en la democracia de manera pragmática; como promesa de emancipación y de reacción. Es entonces cuando el populismo posee sólo una cara: una perturbadora que desestabiliza y que se encuentra llena de excesos pragmáticos.
Gracias a la historia, hoy podemos apreciar la mancha del populismo; cuando en los casos más absurdos e insultantes convertía –por eso suele ser algo inquietante– a las personas y a las ideas en mitos, en algo peligroso en donde el culto a la personalidad de sus líderes, los transforma en figuras casi mesiánicas en donde la responsabilidad y la transparencia en su quehacer no es asunto relevante, además del desinterés por los contrapesos institucionales que hacen que se sientan con el vigor de gobernar por decreto y usar fachadas democráticas para actos autoritarios.
La lista de ejemplos es vasta y aunque es difícil saber si las cosas se pervertirán, debemos confiar en la institucionalidad y en las prácticas democráticas de los ciudadanos. En este sentido, los sistemas democráticos siempre están expuestos al populismo y al autoritarismo, dos dicotomías que en su lado más oscuro parecen no tener diferencias.
Mientras los gobiernos respondan en un primer término a las demandas materiales, sociales y simbólicas de la ciudadanía, no perderán legitimidad las instituciones y sus representantes, ya que la democracia es y será la voluntad del pueblo, pero con el respeto debido a sus procesos, libertades y por supuesto, a la ley. Las acciones de las personas elegidas democráticamente deberán representar la voluntad del pueblo. La historia nos ha enseñado que las políticas con tendencias populistas y quizá, asistencialistas, han tenido un impacto negativo en la democracia. Debemos de entender que, para la gente, el agradecimiento del buen gobierno no debe de convertirse en sumisión.
El populismo suele ser un husmeador de la política democrática, es un fenómeno que generalmente no respeta las reglas del juego democrático y que en muchas de las ocasiones se vuelve turbulento, llegando a ser una amenaza. El populismo suele entrar en conflicto y seguir por camino separado.
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