sábado, 4 de noviembre de 2017

El cuento de Santiaguito y los frijoles mágicos

El argumento de Nieto Castillo –“no hay condiciones”– para renunciar a los esfuerzos legislativos por reposicionarlo es inaceptable. 

Por: Ricardo Rocha

Érase un pequeñín que gracias a un hechizo estuvo a punto de convertirse en gigante. Un verdadero héroe, como el niño aquel que tuvo el valor de gritar al paso del arrogante, ridículo y estúpido monarca: ¡el emperador va desnudo…el emperador va desnudo! o como el minúsculo David, que apenas con una piedra y su honda se enfrentó y derrotó al descomunal Goliat, armado hasta los dientes.
Pero no. Hete aquí que el mínimo Santiaguito, emulando a su primo Pedrín, prefirió la vieja estratagema de “¡Ahí viene el lobo! ¡Ahí viene el lobo!” que hizo que todos le creyéramos muy tontamente. Y que lo arropáramos, cuidáramos y mimáramos al grado de perdonarle sus mentirijillas y protegerlo de los monstruos que lo acechaban amenazantes. ¡No se lo fueran a comer! Y es aquí donde se confunde el relato. Hay quienes dicen que Santiaguito se asustó porque una de esas horripilantes criaturas lo paralizó del miedo cuando se acercó para gritarle algo atroz y despiadado: ¡Buuu! Lo que fue suficiente para que Santiaguito desandara el camino, dejara atrás el peligroso bosque encantado y se dirigiese a la grata colina de la mediocridad.
En cambio, hay quienes aseguran que lo que realmente ocurrió fue mucho más sencillo: alguien puso detrás de él un platito con frijoles; le tocaron levemente el hombro, el volteó y al ver tan maravilloso regalo se fue muy agradecido.
Pero ya dejándonos de cuentos, la página ahora toca escribirla al Senado de la República y esta pequeña historia ya no es nada graciosa. Santiago Nieto Castillo no tiene derecho a decir que siempre no, que mejor así, que ahí muere. No. Su actuación no puede estar sujeta a capricho. Él tenía un cargo institucional y está obligado a explicar por qué fue removido. Qué sabía de espinosísimos asuntos que lo llevaron a conflictuarse con el Gobierno federal, que por eso decidió cortarle la cabeza. Y a propósito su Robespierre región cuatro también debe comparecer para que explique qué lo llevó a guillotinar al entonces titular de la Fepade, sin siquiera escuchar sus razones. Si no es así, navegaremos sin brújula ni rumbo en las procelosas aguas que desembocan en el 2018. De por sí: no hay procurador general; no hay fiscal de la Nación ni fiscal anticorrupción; ahora tampoco Fiscal contra delitos electorales. ¿Así o más caóticos?
El argumento de Nieto Castillo –“no hay condiciones”– para renunciar a los esfuerzos legislativos por reposicionarlo es inaceptable. La frase hecha pero de moda es tan odiosa como aquella que reinó durante décadas: “por motivos de salud”.
Por supuesto que nadie puede obligarlo a regresar y es un hecho que ya se fue. Además, quien querría a estas alturas a un blandengue y timorato. Pero son urgentes dos cosas: que se elija a un fiscal con verdadero reconocimiento social y no sólo partidista; un hombre valiente y absolutamente autónomo. Aunque es igualmente indispensable que se determine con todas sus letras si el Gobierno federal priista tiene facultades para removerlo cuando se le pegue la gana.
Sería tanto como que en un torneo de cinco o seis equipos, sólo uno de los entrenadores pudiera sacar la tarjeta roja al mismísimo árbitro y echarlo del juego. Desastroso.

El Universal

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