viernes, 16 de noviembre de 2018

Columna de Opinión

“Nacos” vs “Fifís” (o al revés) en la 4ªT de #AMLO

Por: Héctor Palacio

Ha desempeñado muy bien López Obrador su posición como presidente electo de gran respaldo popular. Al grado de ejercer el poder desde antes de asumir la envestidura formal. No sólo en términos de la agenda política nacional, también en la acción concreta que ha significado pronunciar proyectos, empezar a cumplir sus propuestas de campaña por medio de la mayoría de su partido y coalición en el Senado y la Cámara, y en el encaramiento de asuntos polémicos como el del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y la problemática de la violencia.
Es preciso en estos asuntos que generan polémica donde enfrenta constantemente ataques a su persona y su proyecto. Similares a los provenientes de los grupos que lo combatieron con guerra sucia en la pasada campaña electoral y durante los dos últimos decenios. Y es que existe sin duda un país divido. La zona del crecimiento voraz de los privilegios -de quienes han controlado México durante los últimos decenios (y su “público”) frente a una inmensa mayoría que sobrevive a ellos o a pesar de ellos y que ahora ha dado una gran lección democrática-, supone todavía una condición de conflicto, una tensión que se manifiesta en los medios, las redes sociales y el lenguaje que comunica los mensajes.
Los insultos, las descalificaciones contra López Obrador y sus simpatizantes son conocidos de sobra. Y claro, las respuestas no se han hecho esperar. El exabrupto “¡Cállate chachalaca!”, erróneo y tal vez costoso en su momento, fue vociferado en respuesta a la cínica intervención de Vicente Fox en la elección presidencial de 2006; por dar un ejemplo histórico. Y así transcurrirían los lustros, hasta llegar al presente donde el nivel de crispación continúa.
El encono entre la oposición y quienes han ejercido el poder a través del PRI y el PAN (que al aliarse se convirtieron en PRIAN, que no es descalificación sino descripción) alcanza su tiempo más álgido durante el desarrollo del proceso político del presente siglo. Pero en dos semanas más –cuando llegue el que será histórico primero de diciembre de 2018-, la oposición de izquierda electoral ejercerá al fin el poder y el enfrentamiento entre “chairos” y “derechairos”, “fifís” y no “fifís”, podría prolongarse. En realidad, entre “fifís” y sus antagonistas conceptuales, los “nacos”.
Y el propio presidente electo es acusado de atizar la confrontación ya sea contra el poder establecido, “los camajanes o machuchones”, y/o sus voceros, “la prensa fifí”. “AMLO poeta”, el texto de Gabriel Zaid (Letras libres, 24-06-18) ordena alfabéticamente los supuestos agravios del político contra el establishment. El “poeta del insulto”, lo califica, frente al “poeta de la alegría”, su temprano mentor, Carlos Pellicer (limitada visión sobre Pellicer, por cierto, un poeta y personaje de humanidad y humanismo complejos). Extrañamente, una letra del alfabeto escapó a la lista del avispado Zaid, la “N”. La agregaría Federico Arreola en “El ‘No mames, Zaid’ por la mentada de madre del poeta a AMLO; olvidemos ya insultos y amenazas” (SDPnoticias, 25-06-18).
Pero esto fue durante la campaña, poco antes de la elección. No debiera tener sentido en estos días. El buen analista político Gibrán Ramírez ha dicho con Leo Zuckerman, en “La hora de opinar”, algo cierto que después reiteraría en “Catrines y fifís en tiempos de cambio” (El Sur; 07-11-18), el lenguaje “tiene su temporalidad política”. Es decir, es una expresión de la realidad estructural y coyuntural. Lo ejemplifica como algo característico de los tiempos de cambio de la Independencia, la Reforma y la Revolución (“catrines”, “pelados”, etcétera).
Sin duda, el lenguaje que descalifica es parte importante de este momento que quiere erigirse como de transformación, la cuarta en la historia del país. Y sin duda también, este lenguaje discordante es una expresión de la realidad. No obstante, sugeriría al presidente electo una mayor congruencia en su discurso de conciliación y unidad -de “amor y paz”, de “república amorosa”-, y así evitar la confrontación constante; para que no sea esta la dominante de su gobierno. Para alimentar la transformación ambicionada no sólo se requiere de una armonía entre “los de abajo” (que incluye a la menguada clase media), también con “los de arriba y sus voceros”. Él debiera de ser el primero en poner el ejemplo, en tocar esos amplios acordes de conciliación.
No se trata de que observe silencio ante las críticas y aun mentiras de periodistas, medios, políticos y empresarios. Por el contrario, muy bien que las enfrente y asimismo que las aguante, para eso se habla de libertad de expresión. Se trata de que cuide las maneras, el estilo, el lenguaje. Se lo agradecerá el país y elevará su propia estatura a la figura de lo que llanamente se conoce como estadista. Un estadista con su programa y su bagaje de apoyo, pero un gobernante para todos.
En lo personal, yo que he apoyado y acompañado con vigor el cambio democrático por lustros y continuaré haciéndolo de manera crítica y de acuerdo a los resultados del nuevo gobierno, no me siento identificado ni como fifí ni como naco, como chairo o derechairo; rechazo radicalmente el significado y el lenguaje, que me provoca más bien repulsión. Pero bueno, no soy más que un individuo que en el proceso de la transformación del chango en humano quisiera no sentirse tan jodido ni durante ese proceso ni en la mera hora final (idea de Carlos Fuentes, a propósito de su aniversario, en La región más transparente; otros la observan como tomada de Nietzsche). Podría decirse en otras palabras: un güey más en el tráfago de la existencia. Si es que se quiere usar la adjetivación más mexicana y plural que hay, ya que esta descripción no tiene ni ideología ni clase social y ni siquiera género, hay güeyes por todas partes.

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