Lorena Arvizu Rivera
BRECHA DE GÉNERO, DE EQUIDAD Y DE PODER
“La experiencia muestra que las mujeres son más proclives a introducir y apoyar cambios políticos que mejoren la situación de la mujer; que el incremento del número de mujeres en la política contribuye a aumentar los índices de confianza pública en el sistema político y que la presencia de éstas al más alto nivel gubernamental es crítica para el avance y la consolidación de la democracia”.
A razón de la reciente lista publicada por la revista Forbes, donde se hace mención a las 50 mujeres más poderosas de México, un pensamiento no tan positivo llegó a perturbarme: ¿Cuántas mujeres ostentan poder político? Dígase, de servicio como funcionarios públicos.
¿Y por qué el enfoque a este poder? La respuesta corresponde a que, presumiblemente, este campo es en su mayoría de elección popular.
La reflexión inmediata toma dirección hacia las gubernaturas. Y la alarma se enciende. Del total de los 31 estados y su respectivo Distrito Federal, no hay ninguna mujer que ocupe dicho cargo.
Han sido pocas las mujeres que han llegado a ostentar el poder en dichos niveles. El primer avance comenzó en 1979, con Griselda Álvarez, quien tuvo a su mando el Estado de Colima hasta 1985. Indiscutible su relevancia. Ella también perteneció a una de las comisiones mexicanas que realizaron diversos esfuerzos ante la UNESCO, estuvo en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y asimismo en la Secretaría de Turismo.
Quien continuó este legado fue la especialmente conocida Beatriz Paredes. Su primer campo de poder, Tlaxcala. Criticada o no por diferentes motivos, debatir su carrera política es casi insensato. Y a ella le siguen: Dulce María Sauri (Yucatán), Rosario Robles (D.F), Amalia García (Zacatecas) y la última, Ivonne Ortega cuya administración estatal de Yucatán concluyó en el 2012.
Claro que hay otras esferas de poder. Aunque la perspectiva no mejora mucho desde allí. Por ejemplo, en el gabinete presidencial, de 18 Secretarías, solo 3 titulares son elementos femeninos. Una de ellas, por cierto, es la ya mencionada Rosario Robles.
Y otros espacios: La Cámara de Senadores. sólo el 34.3 % es ocupado por mujeres (es decir, de 128 miembros, solo 44 son mujeres). Sorpresa además ya que el Partido del Trabajo es el que cuenta con un porcentaje de mayor participación femenina con un 57.1 % del total de sus representantes.
Por su parte la Cámara de Diputados, en la que de sus 500 miembros, sólo 189 pertenecen al género femenino. Por abajo del 40%.
No sólo son cifras muy bajas, resulta de mayor preocupación puesto que aquí existe una “regulación” de cuota en equidad de género. Es decir, puede que incluso las mujeres que ocupan los escaños, estén allí sólo por cumplir la cuota. Aclaro, no demerito la elección de las mismas, pero sin la exigencia, ¿estamos seguros de que estarían allí?
Más. En ninguna de las Cámaras las mujeres ocupan los puestos de mayor poder, ni en la Mesa Directiva, la Junta de Coordinación Política y sólo María Sanjuana C. Franco lidera el grupo parlamentario de Nueva Alianza (el menor de todos).
Al parecer estamos teniendo un retroceso en materia de participación política y empoderamiento de la mujer.
Pero basta de datos. Hay que contestarnos esto: ¿Dónde están las mujeres que ejercen el poder político? ¿Quiénes son? Honestamente ¿a cuál de ellas vemos liderando? No se trata de ocupar solo una oficina, gastar recursos o decirse parte de la función pública.
Atraviesa el campo de las leyes, porque aún cuando México tiene documentos nacionales e internacionales ratificados en la materia, al parecer, sin una exigencia de cuota, el poder sigue estando solo en manos de los hombres.
Así que, qué queremos, qué pedimos, cuál es la razón de este pensamiento. Las respuestas son ciertamente complejas, pero hay un fundamento bastante básico: Que la mujer detente el poder genera nuevas propuestas y políticas para la mejora de su calidad de vida. De un entorno equitativo e igualitario.
Por mi parte, quiero ver de nuevo esas figuras femeninas que asumiendo su responsabilidad de poder resultan imponentes, fuertes, respetadas y llevan consigo la consigna de admirables.
La mujer también tiene derecho al poder, a ejercerlo, buscarlo. Y en un sentido positivo, a apropiarse de él.
“La experiencia muestra que las mujeres son más proclives a introducir y apoyar cambios políticos que mejoren la situación de la mujer; que el incremento del número de mujeres en la política contribuye a aumentar los índices de confianza pública en el sistema político y que la presencia de éstas al más alto nivel gubernamental es crítica para el avance y la consolidación de la democracia”.
A razón de la reciente lista publicada por la revista Forbes, donde se hace mención a las 50 mujeres más poderosas de México, un pensamiento no tan positivo llegó a perturbarme: ¿Cuántas mujeres ostentan poder político? Dígase, de servicio como funcionarios públicos.
¿Y por qué el enfoque a este poder? La respuesta corresponde a que, presumiblemente, este campo es en su mayoría de elección popular.
La reflexión inmediata toma dirección hacia las gubernaturas. Y la alarma se enciende. Del total de los 31 estados y su respectivo Distrito Federal, no hay ninguna mujer que ocupe dicho cargo.
Han sido pocas las mujeres que han llegado a ostentar el poder en dichos niveles. El primer avance comenzó en 1979, con Griselda Álvarez, quien tuvo a su mando el Estado de Colima hasta 1985. Indiscutible su relevancia. Ella también perteneció a una de las comisiones mexicanas que realizaron diversos esfuerzos ante la UNESCO, estuvo en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, y asimismo en la Secretaría de Turismo.
Quien continuó este legado fue la especialmente conocida Beatriz Paredes. Su primer campo de poder, Tlaxcala. Criticada o no por diferentes motivos, debatir su carrera política es casi insensato. Y a ella le siguen: Dulce María Sauri (Yucatán), Rosario Robles (D.F), Amalia García (Zacatecas) y la última, Ivonne Ortega cuya administración estatal de Yucatán concluyó en el 2012.
Claro que hay otras esferas de poder. Aunque la perspectiva no mejora mucho desde allí. Por ejemplo, en el gabinete presidencial, de 18 Secretarías, solo 3 titulares son elementos femeninos. Una de ellas, por cierto, es la ya mencionada Rosario Robles.
Y otros espacios: La Cámara de Senadores. sólo el 34.3 % es ocupado por mujeres (es decir, de 128 miembros, solo 44 son mujeres). Sorpresa además ya que el Partido del Trabajo es el que cuenta con un porcentaje de mayor participación femenina con un 57.1 % del total de sus representantes.
Por su parte la Cámara de Diputados, en la que de sus 500 miembros, sólo 189 pertenecen al género femenino. Por abajo del 40%.
No sólo son cifras muy bajas, resulta de mayor preocupación puesto que aquí existe una “regulación” de cuota en equidad de género. Es decir, puede que incluso las mujeres que ocupan los escaños, estén allí sólo por cumplir la cuota. Aclaro, no demerito la elección de las mismas, pero sin la exigencia, ¿estamos seguros de que estarían allí?
Más. En ninguna de las Cámaras las mujeres ocupan los puestos de mayor poder, ni en la Mesa Directiva, la Junta de Coordinación Política y sólo María Sanjuana C. Franco lidera el grupo parlamentario de Nueva Alianza (el menor de todos).
Al parecer estamos teniendo un retroceso en materia de participación política y empoderamiento de la mujer.
Pero basta de datos. Hay que contestarnos esto: ¿Dónde están las mujeres que ejercen el poder político? ¿Quiénes son? Honestamente ¿a cuál de ellas vemos liderando? No se trata de ocupar solo una oficina, gastar recursos o decirse parte de la función pública.
Atraviesa el campo de las leyes, porque aún cuando México tiene documentos nacionales e internacionales ratificados en la materia, al parecer, sin una exigencia de cuota, el poder sigue estando solo en manos de los hombres.
Así que, qué queremos, qué pedimos, cuál es la razón de este pensamiento. Las respuestas son ciertamente complejas, pero hay un fundamento bastante básico: Que la mujer detente el poder genera nuevas propuestas y políticas para la mejora de su calidad de vida. De un entorno equitativo e igualitario.
Por mi parte, quiero ver de nuevo esas figuras femeninas que asumiendo su responsabilidad de poder resultan imponentes, fuertes, respetadas y llevan consigo la consigna de admirables.
La mujer también tiene derecho al poder, a ejercerlo, buscarlo. Y en un sentido positivo, a apropiarse de él.
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