Por: Ricardo Rocha
¿El procurador Ríos, quien dijo que sólo venía a buscar trabajo? ¿Los que dicen que andaba de fiesta? ¿Quienes aseguran que como había una muchacha colombiana seguro estaba el crimen organizado? ¿Los que les importa poco que haya habido un baño de sangre en un departamento? ¿Los que ven como absolutamente natural que a los cinco los hayan torturado? ¿Los que están acostumbrados a las violaciones de mujeres? ¿Los que se imaginan sin inmutarse cómo uno a uno les fueron dando el tiro de gracia? ¿Los que justifican que eso les pasa a los periodistas por andarse metiendo en donde no les importa? ¿Los que piensan que es el precio natural por desafiar al poder?
Porque en este país, es donde más matan y desaparecen periodistas. Más de 100 de 2010 a la fecha. Sólo que aquí los matamos dos veces. Porque de víctimas los hacemos criminales. Sospechosos de ligas con delincuentes. Y en el mejor de los casos, protagonistas de líos pasionales o “desviaciones sexuales”. Como si eso fuera justificación para matarlos.
Todavía no sabemos qué pasó exactamente en la colonia Narvarte, pero no falta quien justifica el crimen múltiple. Como si no importara el escenario de medio millar de expedientes en la CNDH o la documentación de 326 agresiones a periodistas nada más en 2014, según el reporte de Artículo 19.
Que quede muy claro: tenemos testimonios tan respetables como los de Lydia Cacho, Pedro Valtierra y Rafael Pineda Rape que dan cuenta puntual y emotivamente que Rubén Espinosa fue acosado, golpeado y amenazado en Veracruz. Y que su trabajo, comprometido con las causas sociales opositoras al gobierno estatal motivó ese acoso. Y que por eso vino al DF, a preservar su vida y hasta a pedir consejos para mantener su equilibrio emocional.
A ver: no es un crimen extraordinario por tratarse de un periodista o fuera de lo común porque los periodistas seamos más importantes que las decenas de mexicanos que son “abatidos” cada día en ciudades, cerros y pueblos. No, lo que ocurre es que estos crímenes prueban la intolerancia y la ferocidad que desde los poderes oficiales y fácticos se ejerce contra la libertad de expresión y sus oficiantes. Y esto a la vez nos descubre como un México bárbaro y cavernario, cada vez más sangriento y cada vez menos civilizado.
Por eso, la ejecución de Rubén Espinosa debe alarmar al gobierno federal, porque ya la propia ONU, medios y organismos territorio Comanche.
También debe alertar al gobierno del DF, que se consideraba hasta ahora como un espacio seguro y privilegiado en medio de un país estremecido a diario por la violencia. No es nada más un asunto de Ministerio Público, es un asunto de moral pública.
En entrevista con Sin Embargo, Rubén Espinosa dijo que su trabajo molestaba al gobierno de Veracruz y que le habían hecho saber que era un “fotógrafo incómodo”.
Yo sólo tengo tres preguntas para Javier Duarte: ¿Por qué les dijo a los periodistas veracruzanos: “todos sabemos quiénes están metidos con el hampa; así que pórtense bien”? ¿Por qué no denunció o publicó una lista de narcoperiodistas, según él? ¿Y a qué se refería con eso de que “vamos a sacudir el árbol y se van a caer muchas manzanas podridas”?.
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