Ciudad de México.- Botellas de champán que centuplican el raquítico salario mínimo mexicano, coches de lujo impagables para la inmensa mayoría y fastuosas fiestas de las que alardean en redes sociales son el día a día de un puñado de jóvenes de familias adineradas, los “mirreyes”.
Detrás de esta obvia ostentación, más que cuestionable en un país donde casi la mitad de la población es pobre, estos “niños ricos” son además un reflejo del clasista sistema instaurado en el país.
Se creen de una estirpe superior, iluminada, y por ello piensan que sus acciones no tienen consecuencias. Viven en la impunidad.
“El mirrey se asume como un ser humano aparte del resto de los mortales. (…) El mirrey no sería lo que es si se abstuviera de desigualar en el trato que entrega a sus semejantes”, identifica Ricardo Raphael, autor del libro “Mirreynato. La otra desigualdad”.
La pasada semana saltaron de nuevo todas las alarmas en México al conocerse el caso de Daphne Fernández, una menor del oriental estado de Veracruz que en enero de 2015 fue obligada por cuatro conocidos suyos a subir a un auto, el Mercedes Benz de uno de ellos, para llevarla al domicilio de uno de los agresores y violarla.
Presionados por el padre de la víctima, dos de los jóvenes, universitarios y antiguos alumnos de un colegio privado católico del puerto de Veracruz, pidieron perdón a la muchacha en vídeo, pero ahora niegan haber cometido el crimen.
El hecho está denunciado ante las autoridades desde hace casi un año, pero hasta el momento no se ha celebrado el juicio. El Gobierno de Veracruz ha negado dilación en el caso.
Los chicos, conocidos como Los Porkys de Costa de Oro, formarían parte de un grupo que actúa desde hace años en varios puntos del estado con graves antecedentes como el asesinato de un muchacho de 15 años en una fiesta en 2001.
Sin ir tan lejos, a los cuatro jóvenes implicados en la violación de Daphne se les relaciona con otros delitos como el atropello y muerte de un joven ciclista y la violación y asesinato de Columba Campillo, de 16 años, en mayo de 2015.
Si bien este crimen se adjudicó a una banda de secuestradores, los hermanos de la supuesta autora intelectual del homicidio hicieron pública una carta este domingo donde la desvinculan del suceso.
Estos casos no son los únicos registrados a lo largo y ancho del territorio mexicano. En su libro, Raphael recoge otros mediáticos eventos.
El senador Jorge Emilio González, hijo del fundador del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), arrastra a sus 43 años un largo historial de presuntos delitos sin sentencia.
Entre ellos, el intento de soborno y falsedad de declaraciones cuando fue interceptado conduciendo borracho, unas imágenes en las que unos sujetos le ofrecían dos millones de dólares a cambio de un permiso de obra o la muerte de una joven búlgara en una vivienda de Cancún del que el apodado “el Niño Verde” era presuntamente dueño.
Gerardo Saade, de 21 años en 2013 y nieto del entonces fiscal general Jesús Murillo, entró en la vivienda de su expareja y la golpeó.
La joven lo publicó en redes sociales, pero no denunció ante las autoridades y el muchacho, aunque se autoinculpó ante la fiscalía del estado de Morelos, salió librado de todo delito.
Estos sucesos son “solo algunos ejemplos de los cientos que todos los años son registrados sin consecuencia por los medios de comunicación, o de los miles que ni siquiera ese privilegio logran”, afirma Raphael en su libro.
Para el periodista y académico, el “régimen mirreynal” carece de restricciones “personales, sociales y jurídicas” en una época donde “predomina la arbitrariedad de las consecuencias y la selectividad de los castigos”.
La nación ocupa el lugar 58 de los 59 países con mayores niveles de impunidad, según el Índice Global de Impunidad (IGI) de 2016.
“En México solamente se denuncian 7 de cada 100 delitos cometidos”, por lo que la cifra negra (delitos no denunciados) en el país desde 2013 alcanza un porcentaje no menor al 92,8 %, destacó el informe.
Y en este contexto, los mirreyes y las mirreynas siguen siendo tendencia en las redes sociales.
El instagram #richkidsofmexicocity cuenta con 62.000 seguidores y fotos tan significativas como un jaguar encima de un monopatín, presumiblemente la mascota de uno de estos jóvenes, o fajos de billetes bajo el título de “Para ir de compritas”.
Esta frivolidad no es exclusiva de México. Tampoco la sensación de superioridad que acarrea.
Ethan Couch mató en junio de 2013 y con apenas 16 años a cuatro personas en Texas cuando conducía borracho, pero logró evitar la cárcel tras ser diagnosticado con “affluenza”: su vida en el seno de una familia rica había sido tan fácil que no conocía de límites ni consecuencias.
Terminó entre rejas tras saltarse la libertad condicional al aparecer bebiendo en un vídeo y fugarse junto a su madre al balneario mexicano de Puerto Vallarta, donde fue capturado y extraditado.
EFE
Detrás de esta obvia ostentación, más que cuestionable en un país donde casi la mitad de la población es pobre, estos “niños ricos” son además un reflejo del clasista sistema instaurado en el país.
Se creen de una estirpe superior, iluminada, y por ello piensan que sus acciones no tienen consecuencias. Viven en la impunidad.
“El mirrey se asume como un ser humano aparte del resto de los mortales. (…) El mirrey no sería lo que es si se abstuviera de desigualar en el trato que entrega a sus semejantes”, identifica Ricardo Raphael, autor del libro “Mirreynato. La otra desigualdad”.
La pasada semana saltaron de nuevo todas las alarmas en México al conocerse el caso de Daphne Fernández, una menor del oriental estado de Veracruz que en enero de 2015 fue obligada por cuatro conocidos suyos a subir a un auto, el Mercedes Benz de uno de ellos, para llevarla al domicilio de uno de los agresores y violarla.
Presionados por el padre de la víctima, dos de los jóvenes, universitarios y antiguos alumnos de un colegio privado católico del puerto de Veracruz, pidieron perdón a la muchacha en vídeo, pero ahora niegan haber cometido el crimen.
El hecho está denunciado ante las autoridades desde hace casi un año, pero hasta el momento no se ha celebrado el juicio. El Gobierno de Veracruz ha negado dilación en el caso.
Los chicos, conocidos como Los Porkys de Costa de Oro, formarían parte de un grupo que actúa desde hace años en varios puntos del estado con graves antecedentes como el asesinato de un muchacho de 15 años en una fiesta en 2001.
Sin ir tan lejos, a los cuatro jóvenes implicados en la violación de Daphne se les relaciona con otros delitos como el atropello y muerte de un joven ciclista y la violación y asesinato de Columba Campillo, de 16 años, en mayo de 2015.
Si bien este crimen se adjudicó a una banda de secuestradores, los hermanos de la supuesta autora intelectual del homicidio hicieron pública una carta este domingo donde la desvinculan del suceso.
Estos casos no son los únicos registrados a lo largo y ancho del territorio mexicano. En su libro, Raphael recoge otros mediáticos eventos.
El senador Jorge Emilio González, hijo del fundador del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), arrastra a sus 43 años un largo historial de presuntos delitos sin sentencia.
Entre ellos, el intento de soborno y falsedad de declaraciones cuando fue interceptado conduciendo borracho, unas imágenes en las que unos sujetos le ofrecían dos millones de dólares a cambio de un permiso de obra o la muerte de una joven búlgara en una vivienda de Cancún del que el apodado “el Niño Verde” era presuntamente dueño.
Gerardo Saade, de 21 años en 2013 y nieto del entonces fiscal general Jesús Murillo, entró en la vivienda de su expareja y la golpeó.
La joven lo publicó en redes sociales, pero no denunció ante las autoridades y el muchacho, aunque se autoinculpó ante la fiscalía del estado de Morelos, salió librado de todo delito.
Estos sucesos son “solo algunos ejemplos de los cientos que todos los años son registrados sin consecuencia por los medios de comunicación, o de los miles que ni siquiera ese privilegio logran”, afirma Raphael en su libro.
Para el periodista y académico, el “régimen mirreynal” carece de restricciones “personales, sociales y jurídicas” en una época donde “predomina la arbitrariedad de las consecuencias y la selectividad de los castigos”.
La nación ocupa el lugar 58 de los 59 países con mayores niveles de impunidad, según el Índice Global de Impunidad (IGI) de 2016.
“En México solamente se denuncian 7 de cada 100 delitos cometidos”, por lo que la cifra negra (delitos no denunciados) en el país desde 2013 alcanza un porcentaje no menor al 92,8 %, destacó el informe.
Y en este contexto, los mirreyes y las mirreynas siguen siendo tendencia en las redes sociales.
El instagram #richkidsofmexicocity cuenta con 62.000 seguidores y fotos tan significativas como un jaguar encima de un monopatín, presumiblemente la mascota de uno de estos jóvenes, o fajos de billetes bajo el título de “Para ir de compritas”.
Esta frivolidad no es exclusiva de México. Tampoco la sensación de superioridad que acarrea.
Ethan Couch mató en junio de 2013 y con apenas 16 años a cuatro personas en Texas cuando conducía borracho, pero logró evitar la cárcel tras ser diagnosticado con “affluenza”: su vida en el seno de una familia rica había sido tan fácil que no conocía de límites ni consecuencias.
Terminó entre rejas tras saltarse la libertad condicional al aparecer bebiendo en un vídeo y fugarse junto a su madre al balneario mexicano de Puerto Vallarta, donde fue capturado y extraditado.
EFE
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