jueves, 23 de junio de 2016

Nochixtlán: matar maestros, imponer la reforma

Por: Víctor M. Toledo
La descripción de la batalla de Nochixtlán, porque eso fue, una guerra no entre dos ejércitos sino entre las fuerzas armadas y los ciudadanos de tres pueblos indígenas reaccionando por la dignidad comunitaria, es una película que se ha repetido decenas o cientos de veces a escala local, desde Atenco hasta Cherán y muchas veces durante la comuna oaxaqueña. Esta vez, sin embargo, la eterna lucha de las comunidades contra la represión que es focalizada y que tiende a diluirse, controlarse y finalmente a olvidarse, se habrá de proyectar no solamente a la escala nacional, sino que tendrá repercusiones internacionales (ver).
Es un agravio más que se viene a sumar a Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán, etcétera, y pone al régimen nuevamente al desnudo. No se puede aceptar, es inadmisible, que en nombre de la renovación educativa un régimen reprima, aprese y mate maestros. Es injustificable. Lo absurdo alcanza su expresión máxima. El mundo se quedará atónito cuando se entere que para el perfeccionamiento de la educación (que en el fondo es la imposición de los criterios europeos de la OCDE para formar "ciudadanos perfectos") haya que asesinar maestros inconformes.
En cualquier país civilizado, este acto repugnante exigiría la renuncia de los máximos dirigentes, incluyendo al Presidente de la República.
¿Estamos como en 1968?, me preguntó con una expresión de ingenuidad uno de los estudiantes de un taller que dirijo y no supe qué responder. Quizás la respuesta es doble. Sí y no. La similitud entre el régimen de Díaz Ordaz y el de Peña Nieto es el autismo, la soberbia, la mano dura, el uso de todos los aparatos de poder para imponer decisiones. México vive nuevamente una dictadura disfrazada. Ahora no sólo son los jóvenes sino sus maestros. Y, sin embargo, una de las muchas diferencias es que ahora se conocen todos los hilos y resortes que impulsan a este régimen a asumir tales acciones. Hoy sabemos que el problema es la enorme corrupción del régimen político y de su complicidad con las poderosas élites económicas no sólo nacionales, sino globales. Lo que se quiere imponer es un mundo donde florezcan los parásitos del trabajo humano y los depredadores del entorno natural. El paraíso neoliberal requiere hoy de controlar los territorios y a sus habitantes, y actualmente las mayores resistencias son esencialmente culturales. Los pueblos y comunidades indígenas son los mayores surtidores del magisterio rebelde. No es casualidad que en estos tiempos las mayores expresiones de protesta se hayan dado en las entidades con una alta población originaria: Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Veracruz. Los jóvenes de las normales y de los tecnológicos provienen en buena medida de las comunidades y de la vida comunal. En esos universos, a los que están ajenos los urbanos e industriales, la solidaridad y la cooperación siguen dirigiendo la vida social y los vasos que comunican al maestro con las familias y a éstos con el "espíritu de la colmena" siguen vigentes.
Las resistencias casi heroicas de los maestros disidentes no pueden quedar aisladas. Oaxaca puso el ejemplo hace 10 años y hoy esa protesta se conecta con las batallas por la defensa de los territorios severamente asediados en buena parte del país por los proyectos de depredación de las corporaciones mineras, petroleras, biotecnológicas y por los proyectos carreteros, turísticos, hidráulicos. La lucha de los maestros expresa también y en buena medida la situación de los trabajadores, obreros y empleados de México, con uno de los sueldos más bajos del mundo. Todo confluye hacia una sola resistencia, como en las partidas finales de un juego de ajedrez. Y es que el sueño neoliberal es una pesadilla planetaria que se debe detener.
La Jornada

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