Por: Ricardo Rocha
Han sido las fiestas patrias más pimpunflais que yo recuerde. Un Zócalo desangelado, hipervigilado, cercado y robótico. Un Presidente preocupado, nervioso y muy lejos del entusiasmo. Y un ambiente de pesadumbre “que no lo mata el licor”, diría la vieja canción ranchera.
Agréguense las turbulencias en el Gabinete con la crónica de la renuncia anunciada de Videgaray, la tolvanera neocristera provocada por la Iglesia católica, decidida a regresarnos al oscurantismo de “la familia como Dios la creó”, con su campaña de odio contra los gays y los matrimonios entre personas del mismo sexo. Un sermón maniqueo y olvidadizo de Maciel y los cientos de demonios encarnados en curas pederastas que han destrozado la vida de miles de nuestros niños. Y que a pesar de esos pecados mortales no sólo han sido perdonados, sino protegidos por jerarcas de sotana como el cardenal Rivera.
Para colmo, en este mismo mes del recuerdo doloroso del terremoto del 85, otro sismo de no sé cuántos grados amenaza con derrumbar nuestra de por sí endeble economía. Y es que el destino nos alcanzó y el peso rompió la barrera de los 20 por dólar, que llega así a su máximo valor histórico: una mancha indeleble que marcará para siempre este sexenio. Y lo que falta todavía en cuanto a niveles imparables de inflación, el aumento de la deuda externa y el endurecimiento en los bancos. Por supuesto que para la inmensa mayoría de los mexicanos será cada vez más difícil comprarse un coche y no se diga una casa. Es mentira la versión oficial de que un dólar por las nubes sólo afecta a los que hacen operaciones con él.
Lo peor del caso es que, más allá del amenazador anuncio de la Fed sobre el alza en sus tasas de interés y el sistemáticamente depresivo precio del petróleo, ahora resulta que es el “Efecto Trump” el que más está determinando la caída del peso. Y es que Trump sigue avanzando en su campaña montado en un efectista antimexicanismo que le sigue redituando: la construcción de un muro ignominioso a lo largo de toda la frontera, que además habrá de pagar México; la retención de los más de 30 mil millones de dólares que envían para acá nuestros paisanos de allá y que son ahora nuestra principal fuente de ingresos; la amenaza de ahorcar fiscalmente a las transnacionales como Ford, que tengan o pretendan abrir grandes plantas en nuestro país; y la abolición del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. En pocas palabras, quebrar a México.
Lo tragicómico es que estos jinetes de una apocalíptica victoria de Trump avanzan acicateados por la visita que todavía nos revuelve las tripas. Porque, según las encuestas, después de estar prácticamente noqueado, el magnate del zorrillo en la cabeza fue levantado de la lona cuando lo mostramos desde Los Pinos con una imagen presidencial que hasta entonces no tenía.
Rápidamente, dos cosas: el presidente Peña Nieto habló ayer en la ONU. Ahora es urgente que nos hable a todos los mexicanos. Que, a falta de informe, nos diga exactamente dónde estamos parados y hacia dónde vamos. La segunda, en consecuencia –sí ya sé, qué fastidio–, sería una convocatoria con carácter de urgente para que, sin escenografías faraónicas y en mangas de camisa, se sienten él y el señor Meade con todos los que inciden en la economía para ver qué podemos hacer acá adentro.
PD. En el 2018, Sabina para presidente.
El Universal
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