Atrapa a citadinos la sorpresa, la angustia y la pesadumbre
A las once de la mañana de ayer, 19 de septiembre, sonó la alarma sísmica. Ríos de gente con cara de escepticismo y en cámara lenta salieron de los edificios de la Ciudad de México y fueron poblando las calles en absoluto orden; se trataba de un simulacro. Dos horas y 14 minutos después, el sonido de la sirena volvió a zumbar. Parecía una broma macabra. No fue. A las 13:14 horas la capital del país se remeció como una gelatina por un sismo de 7.1 de magnitud y entonces la gente con gesto de susto salió volando de los edificios en busca de refugio, amparo divino. En las calles comenzó el caos y la solidaridad.
El 19 de septiembre de 1985, hace 32 años, a las 7:19 de la mañana, la Ciudad de México sufrió un terremoto que dislocó para siempre al país. Ayer, otro terremoto. Otro 19 de septiembre…
En minutos, la sorpresa, la angustia, la pesadumbre empezó a apoderarse de la gente. Frente a sus ojos vieron volar vidrios de ventanas que se hicieron añicos en el piso; también cómo se desprendieron enormes trozos de fachadas de edificios y presenciaron el desplome hollywoodense de edificios completos con una polvareda color ocre que picaba la nariz, los ojos, como sello de la desintegración.
Cientos de automovilistas quedaron prácticamente petrificados, apañados del volante de su auto ante la sacudida. En avenida Cuauhtémoc, a la altura de Centro Médico Nacional, una mujer fue auxiliada para poder salir de su auto, minutos después de haber terminado el sismo.
La mujer, a bordo de una camioneta Toyota color negro —en el carril del Metrobús— quedó dentro de su auto con los ojos abiertos como platos. Atónita. Alfredo, un motociclista, a bordo de una Suzuki blanca 600, que había caído con todo y moto al piso a causa del temblor, acudió junto con un par de peatones en ayuda de la mujer. Cuando la pudieron sacar de la camioneta, la mujer que abandonó ahí su auto, parecía muerta en vida.
En otro punto de la ciudad, Sara, habitante de una de las 21 torres de la Unidad Integral Latinoamericana sintió como el piso de la planta baja de su departamento parecía como si se fuera abrirse y se la fuera a tragar. A ella y a su esposo no les dio tiempo de llegar a la puerta, después de haberse activado la alarma en la radio, cuando el sismo ya estaba a todo lo que daba.
Lo mejor y lo peor aún estaba venir. Conforme pasaba el tiempo y se fueron conociendo los daños que dejó el sismo, como en la zona de Pino Suárez, en el centro la Ciudad de México, en una fábrica de ropa en Chimalpopoca y Bolívar, en la colonia Obrera, video que se convirtió en viral en las redes sociales. En avenida Álvaro Obregón, en la colonia Roma o en avenida Nuevo León, en la Condesa, de manera espontánea gente embozada con tapabocas quirúrgicos fue llegando hasta donde estaban los escombros para con las manos, con las uñas mover piedras, fierros retorcidos.
A la par que miles de voluntarios, organizados, valientes, llenos de ímpetu y de polvo movieron escombros en botes de pintura, de basura, en carritos de tiendas de autoservicio en busca de personas con vida debajo de toneladas de enormes pedazos de ladrillos y cemento que se desmoronaron como terrones de azúcar ante la violencia con que se movió la tierra de la Ciudad de México, en el peor sismo desde 1985, con epicentro a 120 kilómetros en localidad de Axochiapan, los gobiernos federal, de la Ciudad de México, con el presidente Enrique Peña Nieto y el jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera a la cabeza reaccionaron con reflejos felinos.
Peña Nieto estaba a minutos de aterrizar en Oaxaca —para seguir atendiendo la contingencia del sismo de 8.2 del 7 de septiembre— cuando se enteró de lo que minutos antes había pasado en la Ciudad de México y ordenó regresar de inmediato para atender la urgencia con el Plan MX.
Mancera se subió a un helicóptero, sobrevoló la metrópoli y después se concentró en la sede del C-5, donde se puede ver mayor parte de la ciudad a través de más de 15 mil cámaras de video vigilancia para dirigir los trabajos de rescate y remoción de escombros.
En torno al temblor no todo fue solidaridad, vigor ciudadano. Ladrones aparecieron a plena luz del día en la ciudad. En las inmediaciones de la Universidad Iberoamericana, en Santa Fe, en el Tec de Monterrey campus Ciudad de México, en el sur de la Ciudad de México y en distintas zonas de Polanco se desataron oleadas de asaltos al amparo de que los cuerpos de seguridad fueron concentrados para distintas tareas de auxilio a la población ante la catástrofe.
Imágenes captadas desde helicópteros de rescate mostraban cómo la ciudad se fue cubriendo de polvo y algunas nubes de humo negro, que emanaba de incendios en distintos puntos del centro de la capital que fueron exitosamente sofocados.
Dentro del dramatismo que empezó aflorar en el marco de la emergencia que se desencadenó a partir de las una y cuarto de la tarde de ayer 19 de septiembre, el montón de escombros que capturó mayor atención fue el Colegio Enrique Rébsamen, donde fueron rescatadas 25 personas muertas y que 21 de ellas eran niños y niñas.
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