Por: Ricardo Rocha
Actualmente, siete de cada 10 mexicanos que nacen pobres, se quedarán pobres toda su vida.
Esta conclusión, aterradora, dibuja un país brutalmente disparejo, desigual y absolutamente injusto. Donde el destino fatal es una condena: la pobreza se hereda; y el esfuerzo, el trabajo y el talento ya no cuentan: pobre eres y en más pobre te convertirás. Aquello que conocimos como “movilidad social” ya no existe más.
Lo grave es que este descarnado diagnóstico no proviene de alguna ONG de saco de pana, sino del prestigioso, muy serio y nada izquierdoso Centro de Estudios Espinosa Yglesias, fundado por la filantropía del celebérrimo don Manuel, que en los 70 y magnate del Banco de Comercio, llegó a ser el hombre más rico de México.
Pues resulta que en su más reciente estudio titulado El México del 2018: Movilidad Social para el Bienestar, el CCEY establece otras conclusiones francamente alarmantes:
–México se ha transformado en las últimas 3 décadas. Se abrió la economía, se estabilizó la macroeconomía, se fortaleció a algunas instituciones democráticas, aumentó la esperanza de vida y se incrementó la cobertura educativa. Sin embargo, la desigualdad, la pobreza y en particular la baja movilidad social intergeneracional, permanecen aún como los grandes pendientes dentro de la agenda pública.
–Concentrarse en combatir la pobreza y la desigualdad sin tomar en cuenta la movilidad social supone un grave error. Es indispensable que cualquier política de combate a la pobreza que se pretenda implantar, reconozca que una de las causas de que la pobreza se perpetúe en México es la baja movilidad social. Esta revela una profunda inequidad en las oportunidades de acceso a los medios e instrumentos que permitan superar las condiciones socioeconómicas de origen. En resumen, la posición social se transmite de padres a hijos tanto en la exclusiva cúspide de la pirámide, donde se encuentran los menos que cada vez tiene más, como en la gigantesca base, donde sobreviven los más que cada vez tienen menos. En pocas palabras: los ricos serán cada vez más ricos. Y los pobres cada vez más pobres.
La más desalentadora perspectiva nos lleva a un horrendo círculo vicioso: millones de mexicanos con talento, empuje y entusiasmo por una mejor vida, se quedarán estancados por el solo hecho de nacer pobres; ello conlleva el inmenso desperdicio de capital humano que podría estar impulsando el desarrollo del país. En cambio, estamos frenando el crecimiento y contribuyendo al deterioro económico y social.
Lo dramático es que el CEEY plantea que ninguno de los gobiernos recientes se ha ocupado de la movilidad social como eje rector de las políticas públicas, a pesar de la urgencia de realizar cambios esenciales que nos permitan encaminarnos a un México más justo, eficiente y armonioso.
Yo le llamaría el cambio de modelo económico. El tema tabú al que nadie quiere entrarle. Un nuevo paradigma que deje de ver a la pobreza como objeto de conmiseración y destino fatal, y en cambio la plantee como asunto de mercado: a nadie le conviene que haya tantos pobres, porque luego quién compra.
Lo más desalentador es que ninguno de los candidatos a la Presidencia ha abierto la boca.
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