Por: Lucía Melgar
Cruces rosas, ropa morada, pañuelos bordados, murales y memoriales con rostros de mujeres asesinadas se han convertido en México en símbolos de la lucha de las mujeres contra el feminicidio, la desmemoria y la impunidad que dejan fuera de la historia la violencia machista cotidiana. Simbolizan también la recuperación del espacio público por mujeres que por años han callado acoso, violaciones y violencia de pareja; que por años han recorrido juzgados en busca de justicia para víctimas de feminicidio, desaparición, trata. Todas hartas de la violencia feminicida, institucional, social. A este arsenal de resistencia, se suma ahora la diamantina rosa, polvo transgresor de las buenas costumbres, del orden tan querido por los (y las) gobernantes, de los buenos modales que ahora algunas y muchos defienden.
Lanzada por un grupo de jóvenes contra el secretario de Seguridad Ciudadana, Jesús Orta Martínez, la diamantina puso en jaque a la autoridad. Su halo rosado dio un tono festivo a la protesta, se extendió a lo largo y ancho de las redes, tendió hilos de solidaridad contra las vejaciones institucionalizadas y su impunidad.
El polvo gris, sin embargo, rodea al poder, enturbia la vista. La jefa de Gobierno,Claudia Sheinbaum Pardo, condena “categóricamente” la “provocación” que imagina planeada para provocar la represión gubernamental. Diversos medios convierten la “brillanteada” al funcionario en una “agresión” de “provocadoras” que ¡sin duda! deberían quedarse en sus casas (tan seguras).
La puerta rota de la Procuraduría, destruida por unas cuantas jóvenes, se convierte en imagen icónica de la peligrosidad de las manifestantes. Se empaña así el motivo de la protesta: las sucesivas violaciones de mujeres perpetradas por policías que deberían protegerlas, el caos de las investigaciones, las filtraciones. Se pierden también las palabras de Araceli Osorio (activista, madre de Lesvy Berlín, asesinada el 3 de mayo de 2017), quien explica que el enojo tiene que ver “con el hartazgo” por las mujeres “violadas, asesinadas” y la falta de apoyo de toda autoridad. Se difumina, más rápido que el glitter, la responsabilidad del Estado, su obligación de prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres.
Ante esta cortina de humo, la diamantina se alza para acompañar una nueva protesta, ahora provocada por la reacción hostil del gobierno capitalino. Se posa también en otras ciudades donde las jóvenes también están hartas de la violencia impune que mina o destruye su vida. “No me cuida la policía, me cuidan mis amigas”.
A la protesta del viernes 16 muchas asisten vestidas de negro, llevan carteles y diamantina. “Qué ganas de ser pared para que te indignes si me tocan sin permiso”. Las organizadoras difunden una carta con denuncias y demandas: alerta de violencia de género, debido proceso, sanción por filtraciones, no militarización. Las manifestantes se indignan ante la SSC, caminan hacia la Victoria alada, con música, gritos, consignas, y expresiones altisonantes contra la falocracia feminicida. Se sienten unidas, acompañadas, en su rechazo al miedo, al silencio, al maltrato. Algunas (¿infiltradas? ¿desesperadas? ¿furibundas?) causan daños en una estación de Metrobús y en una estación de policía. Otras más grafitean el Ángel, como otros antes han rayado monumentos (bien o mal, es un hecho). “No somos estadísticas”, “Estado feminicida”…
¿Quién podía imaginar entonces que, de nuevo, el motivo de la protesta, los abusos policiacos, quedaría fuera de foco, remplazado por los “destrozos”, la agresión de un infiltrado contra un reportero, el acto de lesa majestad contra el Monumento? ¿O que ese “vandalismo” (¡nunca visto!) justificaría más discursos de odio y más amenazas?
Magnificar las transgresiones de las mujeres al orden patriarcal, al orden público; descalificar sus voces y su acción colectiva, forma parte de una tradición autoritaria que hoy sus guardianas (es) ven amenazada. Desacreditar una protesta que da voz a millones de mujeres por los actos violentos de una minoría (infiltrada o sólo dolida y furiosa) es cegarse ante la evidencia: “Nos están matando”.
*Ensayista y crítica cultural, feminista
Cimac Noticias
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