Se logró controlar un 95% del incendio haciendo que el colapso parcial se diera dentro del inmueble y no en los aledaños.
Ciudad de México.- Bomberos se enfrentaron casi todo el día a un incendio dentro de una bodega del Centro Histórico, la cual pareciera una fortaleza por sus gruesos muros y difícil acceso.
Y es que, desde que intentaron entrar al inmueble de tres pisos, en el 156 de República de Uruguay, notaron que el edificio tenía alteraciones en su construcción.
Por supuestas razones de seguridad, detrás de los ventanales había muros de ladrillo y concreto de unos 15 centímetros de espesor que volvieron una tarea titánica el encontrar el origen de las llamas y sofocarlas, lo que duró más de 18 horas.
Inicialmente, aquel inmueble tenía uso habitacional pero con el paso de los años lo adecuaron para ser el almacén de telas y plásticos de la Distribuidora San Alberto, una de las mercerías mejor abastecidas y más antiguas de la Capital.
Ayer, el olor a quemado y la picazón en la garganta hizo despertar a los vecinos a las tres de la mañana y, durante el transcurso del día, los obligó a comprar tapabocas y buscar refugio.
“Cuando nos dimos cuenta del incendio nos vestimos, cerramos el paso del gas y cortamos la luz, agarramos a nuestros perros y para afuera”, relató Mariana, quien por más de 12 horas permaneció en pijama en la calle.
Elementos del H. Cuerpo de Bomberos llegaron al inmueble, ubicado entre Las Cruces y la Sexta Calle de Jesús María y aunque tras una hora creyeron sofocar el fuego por completo, más tarde tuvieron que regresar.
Las chispas de varias cortadoras eléctricas saltaban de entre el humo, pues los vulcanos tenían que traspasar los muros de metal que había detrás de las ventanas y los gruesos barrotes de herrería para poder rociar agua.
Cuando al fin lo lograron, más de 15 pipas de agua y 70 bomberos parecían no ser suficientes para sofocar el fuego y la posibilidad de que se desplomara el edificio empeoraba la emergencia.
Durante las labores de la mañana, dos vulcanos ya habían resultado lesionados, el primero intoxicado y el otro por una caída, y para las 15: 00 horas ya habían colapsado nueve metros cuadrados de la bóveda catalana del edificio, lo que significó un riesgo, desde ese momento hasta el anochecer, por un colapso mayor.
Con el paso de las horas los comerciantes se acostumbraron al olor a quemado y a las columnas de humo blanco, gris y negro. También a las sirenas de los bomberos y a los policías que desviaban el tránsito.
Se realizaron tres relevos del organismo de los apagafuego y se logró controlar un 95 por ciento del incendio haciendo que el colapso parcial se diera dentro del inmueble y no en los aledaños.
Sin embargo, aunque siete vulcanos resultaron lesionados, el organismo descartó que sus heridas fueran de gravedad.
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