Ciudad de México.- El dato es brutal y directo: de 23 encuestas levantadas y difundidas entre el 1 de noviembre de 2017 y el 3 de marzo de 2018, en ninguna aparece el candidato priista José Antonio Meade en primer lugar, y sólo en cinco el penta secretario figura en segunda posición, muy lejos del morenista Andrés Manuel López Obrador, y en otras cinco está en “empate técnico” con el panista Ricardo Anaya.
Peor aún: la cacería de la Procuraduría General de la República (PGR) en contra de Ricardo Anaya no ha ayudado en nada a Meade durante las tres últimas semanas. El único beneficiado es López Obrador, que consolidó su ventaja de dos dígitos ante el queretano con diferencias entre 17 y 16 puntos porcentuales, según los sondeos de Ipsos y de Parametría, respectivamente, divulgados el 1 y el 3 de marzo. El sábado pasado, en Guadalajara, Jalisco, Meade vivió en carne propia lo que significa una mala planeación de su campaña y su falta de conexión y carisma. Su visita al estadio Omnilife, sede del “rebaño sagrado” de las Chivas, trascendió no por lo que dijo sino por las rechiflas y gritos de “¡fuera, fuera!”, ante un impávido Jorge Vergara. Hasta ahora, éste ha sido el peor momento de su campaña, apenas disimulada en los medios impresos y electrónicos, pero ampliamente difundida en las redes sociales. Apenas dos días antes, Meade vivió las mieles del elogio y el aplauso entre la comunidad de los banqueros mexicanos. No era para menos. Si un sector ha sido beneficiado al grado de la ilegalidad en este sexenio, éste es el de los bancos privados mexicanos. En estos seis años han tenido ganancias históricas. Tan sólo en 2017, Bancomer registró ganancias por 45 mil millones de pesos. Como exsecretario de Hacienda, Meade les dio todo, y su antecesor Luis Videgaray los encumbró más.
Proceso
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