CHALCO.- Es medio día y el Sol se siente como si estuviéramos en Comala, el Pueblo Fantasma descrito por Juan Rulfo en Pedro Páramo. Aquí la tierra también tiene sed. La vegetación es escasa, apenas unas cactáceas, nopales y magueyes.
El calor asfixia. Cuando cae una gota, luego luego la tierra se la traga. San Martín Cuautlalpan en Chalco, es una comunidad ubicada en las faldas del Iztaccíhuatl, con una población de casi 18 mil habitantes. La mayoría de sus hombres, mujeres, niños y ancianos son jornaleros-obreros que desde las cuatro de la mañana salen a trabajar a la ciudad o al campo en la siembra.
Pero aun con esta desolación, los jóvenes tienen sueños que gracias a un enorme esfuerzo colectivo desean hacer realidad: “Levantar” una escuela a la que llaman “Justo Sierra”, en honor de aquel memorable pedagogo mexicano.
Por ahora niños y niñas que estudian en condiciones extremadamente difíciles. Los mesa banco se caen a pedazos, el pizarrón es una hoja de formaica y la precaria biblioteca tiene unos cuantos libros. La modesta construcción es el resultado del esfuerzo de la comunidad que se ha organizado para hacerla de carpintero, albañil y yesero.
Karla Patricia estudia de primaria señala que antes de acudir a la escuela su desayuno es pan y café, sus padres trabajan en el campo y en las tabiqueras “para completar el gasto”.
Las condiciones en las que vive Karla son difíciles, como lo son para la mayoría de los niños que habitan aquí “le ayudo a mi mamá en la casa y obedeciéndola… en tiempos de siembra trabajo para que tengamos fríjol, haba y maíz”, dice la pequeña de apenas siete años. Muestra una madurez inusual para su edad, resume así su sueño: “Quiere ser maestra”.
En la mayoría de las casas de Cuautlalpan existen temascal y en medio se ve infinidad hornos de ladrilleras que semejan pequeños volcanes, aquí trabajan adolescentes y niños de cinco años de edad.
El calor asfixia. Cuando cae una gota, luego luego la tierra se la traga. San Martín Cuautlalpan en Chalco, es una comunidad ubicada en las faldas del Iztaccíhuatl, con una población de casi 18 mil habitantes. La mayoría de sus hombres, mujeres, niños y ancianos son jornaleros-obreros que desde las cuatro de la mañana salen a trabajar a la ciudad o al campo en la siembra.
Pero aun con esta desolación, los jóvenes tienen sueños que gracias a un enorme esfuerzo colectivo desean hacer realidad: “Levantar” una escuela a la que llaman “Justo Sierra”, en honor de aquel memorable pedagogo mexicano.
Por ahora niños y niñas que estudian en condiciones extremadamente difíciles. Los mesa banco se caen a pedazos, el pizarrón es una hoja de formaica y la precaria biblioteca tiene unos cuantos libros. La modesta construcción es el resultado del esfuerzo de la comunidad que se ha organizado para hacerla de carpintero, albañil y yesero.
Karla Patricia estudia de primaria señala que antes de acudir a la escuela su desayuno es pan y café, sus padres trabajan en el campo y en las tabiqueras “para completar el gasto”.
Las condiciones en las que vive Karla son difíciles, como lo son para la mayoría de los niños que habitan aquí “le ayudo a mi mamá en la casa y obedeciéndola… en tiempos de siembra trabajo para que tengamos fríjol, haba y maíz”, dice la pequeña de apenas siete años. Muestra una madurez inusual para su edad, resume así su sueño: “Quiere ser maestra”.
En la mayoría de las casas de Cuautlalpan existen temascal y en medio se ve infinidad hornos de ladrilleras que semejan pequeños volcanes, aquí trabajan adolescentes y niños de cinco años de edad.
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