jueves, 21 de noviembre de 2013

El último reven en el Heaven

Por José Sanchez "El Joebotlle"
Y la segueta hendió carne y huesos, causando un crujido siniestro y un sonido hueco al desprenderse la cabeza del cuerpo y caer al suelo.
La escena por demás macabra, se acentuaba bajo la obscuridad que comenzaba a extenderse en la finca abandonada, apartada del caserío, en el poblado de Tlalmanalco. La tenue luz que se colaba entre la
vegetación alcanzaba a medio iluminar la pila de cadáveres: unos mutilados y otros degollados, pero todos con el tiro de gracia.
Así terminaba la incipiente y efímera carrera delictiva de Jerzy Ortiz Ponce, con apenas 16 años de edad, un jovenzuelo que tratando de emular a su padre, Jorge Ortiz Reyes, alias “El Tanque”, preso en un penal de alta seguridad en Sonora, quiso convertirse en el zar del crimen en el Barrio de Tepito y principal capo del negocio de la venta de drogas, desde su compra, traslado, distribución y venta al menudeo,
-Yo voy a ser más grande que mi “sarro” (papá), les voy a enseñar quién es el hijo del “Tanque”, decía jactancioso Jerzy, un muchacho corpulento con 1,85 de estatura, moreno claro, fornido, pelo corto, a rape, estilo militar, con el cuerpo y bíceps cubiertos de tatuajes, al igual que su padre.
Lucía orgullosamente un diamante encima de la muñeca derecha, otro con su nombre escrito en letras hebreas, otro más en el interior de la muñeca izquierda con la letra jota, la letra ele y un corazón.
Meses antes, “El Jerzy”  llamó a su amigo de siempre: Said Sánchez, otro joven, de 19 años, igual o más alto que el hijo del "Tanque”, además de ser también hijo de otro narco del barrio, Alejandro Sánchez Zamudio, alias “El Papis”, también confinado en una cárcel de alta seguridad, pero menos impulsivo, frío, calculador pero sobre todo más astuto para actuar.
Se trataba de crear su propio imperio, otro grupo delictivo al que bautizaron como “La Unión de Tepito” del que aseguraban formaba parte del Cártel de Juárez, cuya cabeza principal es el fugitivo Vicente Carrillo Fuentes, “El Viceroy”,
Sin embargo la empresa no sería fácil, las bandas rivales a desplazar serían: “La Unión de la Condesa”, formada por viejos tepiteños, lenones y dueños de antros y otra autollamada “Los 300”, integrada por ex presidiarios, también residentes de Tepito, que se aposentaron en el barrio y lo tomaron como principal punto de distribución de drogas en todo el país.
Y efectivamente “El Jerzy” y “El Said” aprovecharon la fama de hampones de sus progenitores y en escasos meses, los chamacos crecieron demasiado rápido y comenzaron a perderles el respeto a los demás grupos y a la antigüedad de sus líderes.
No menos de una veintena de jovenzuelos, igual de ambiciosos que “El Jerzy” y “El Said”, conformaron el embrionario cártel y comenzaron a operar. No sólo era el tráfico de estupefacientes, sino incluía el “rentear” a comerciantes fijos o ambulantes a los que vendían “protección” con una cuota mínima de 500 pesos a la semana o hasta de 4 mil, según el giro.
-Tienes que entrarle para que cuidemos tu negocio. Tú sabes que hay mucha gente mala por aquí y para que no te quemen el changarro, te asalten a la clientela o hasta le pase algo a alguno de la familia, advertían amenazantes los imberbes hamponcetes.
El dinero comenzó a fluir a manos llenas y la ambición creció, así que decidieron que no sólo Tepito era de ellos, sino todo el territorio capitalino y expandieron su negocio a bares, discotecas y antros de cierta categoría, lo mismo en la Zona Rosa que en otros puntos exclusivos de la Ciudad de México, de preferencia de clientela pudiente, como, Polanco, Pedregal, Las Lomas. Coyoacán y otros sitios.
Obviamente hubo problemas. Los otros grupos se habían adelantado y no permitían que nadie invadiera su territorio, sin embargo “El Jerzy”, soberbio, jactancioso, acompañado de su lugarteniente, “El Said”, acudieron personalmente con varios de los dueños de giros negros para advertirles que  ahí sólo se vendería “de su droga” o de lo contrario el negocio quedaría reducido a cenizas.
Algunos aceptaron, pero otros dijeron que ya estaban arreglados con “La Unión de Insurgentes”, con “Los Lobos” o con “Los 300”, así que lo mejor sería que hablaran con ellos.
“El Jerzy” dispuso que su gente vigilara y así, una madrugada fue descubierto Horacio Vite Ángel, “El Chaparro”, repartidor de droga de la banda “La Unión de Insurgentes”, que visitaba varios de los antros en los que dejaba paquetes y bolsitas de plástico.
Lo siguieron durante horas y al salir del “Black Bar” lo interceptaron “El Colosio”, “El Berna”, “El Grande”, “El Richard”, “El Ratón”, “El Pescado”, “El Pecas” y otros sujetos más. Lo llevaron a una jardinera en las mismas inmediaciones del bar, lo tundieron a puñetazos y puntapiés y lo obligaron a hincarse.
La madrugada del día siguiente, el viernes 24 de mayo, a las 05:30 horas, “El Chaparro”, de 38 años, fue encontrado recostado en un árbol, con dos impactos de arma de fuego en la cabeza. En sus bolsillos había 23 “grapas” (envoltorios con cocaína).
El escarmiento sirvió para los demás “antreros” que ya no pusieron objeción y tuvieron que aceptar vender la droga del “Jerzy” y “El Said”, victoria que celebraron por varios días,
No contaban con que Javier Joel Rodríguez Fuentes, alias “El Javi”, de 30 años, otro desalmado sujeto del barrio de Tepito pero jefe del grupo “La Unión de Insurgentes” decidió cortar por lo sano y mandó a varios de sus hombres a que “les pusieran cola” (vigilancia) a los que le estaban echando a perder el negocio.
Sin duda que el crimen del “Chaparro” desataría una cadena cruel de venganzas, cuyas consecuencias jamás fueron contempladas por los protagonistas, cuya mayoría terminó en la tumba y otros más en la cárcel, aunque las principales cabezas, como de costumbre, están prófugas y continúan impunes.
“El Antuán”, “El Mosca”, “El Mariguano” (en el apodo llevaba la fama), “El Lobo”, “El Henonet” y no menos de una docena más de individuos al servicio del jefe de “La Unión”, que recibían un “sueldo” de 3 mil pesos a la semana, hubiera asuntos o no, además de “compensaciones por trabajos especiales”, recibieron la orden de no perder de vista al “Jerzy”  ni al “Zaid”. Pero éstos, engolosinados como estaban, se sentían intocables y seguían en la fiesta. No repararon que eran objeto de estrecha vigilancia, ni tampoco que el día que decidieron reunirse con los miembros más fieles de su grupo para “celebrar” sus triunfos, sería el último de su vida.
“El Mariguas”, cuyos mofletudos cachetes contrastaban con lo pequeño de sus ojos, recibió la llamada de su jefe “El Javi” y su mirada se tornó aún más siniestra y amenazante. Había llegado el momento de vengar la muerte del “Chaparro” y de dar un escarmiento a los advenedizos e improvisados narcos.
Los sicarios (asesinos a sueldo) aguardaron a que “El Jerzy”, su segundo y sus amigos se emborracharan lo suficiente para no ofrecer resistencia y cuando más ensimismados estaban en los festejos, fueron sometidos uno a uno, sacados del antro y llevados a varios automóviles y camionetas que, ex profeso, habían aparcado a las afueras del bar.
Trece jóvenes en total, atados de manos y pies, amordazados y con la cara cubierta con sus mismas ropas, fueron llevados a una ranchería abandonada en el municipio de Tlalmanalco.
Durante el trayecto, por espacio hora y media, aproximadamente, fueron golpeados y torturados brutalmente, a tal grado que cuando llegaron al Estado de México iban casi muertos. Eran apenas las 10.30 de la mañana del domingo 26 de mayo.
Como fardos fueron arrojados en el suelo del rancho. Una veintena de sujetos se introdujeron al predio. Las instrucciones eran ultimar a los “levantados”. Solamente “El Mariguas” y “El Mala Madre” se quedaron afuera a vigilar.
Por horas permanecieron haciendo guardia a las afueras de la finca, mientras sus jefes y demás cómplices asesinaban a los plagiados.
De pronto sonó el celular del “Mariguas”.
Era su jefe “El Javi”:
-“Deja de hacerte güey y ven a ayudar”.
 Al entrar se topó con los cadáveres en fila de los jóvenes que había ayudado a secuestrar horas antes.
Sólo uno estaba con vida.
-Era un gordito que estaba llorando y tenía las manos amarradas, declararía después, en calidad de detenido ante el Ministerio Público.
No supo su nombre, ni lo conocía, sólo que era “el más gordito de todos”.
“El Javi” y “El Antuán”, jefe de los sicarios, lo llamaron y le ordenaron rematarlo. Le dieron una segueta y le dijeron que le cortara la cabeza y así lo hizo.
Esa misma mañana del secuestro de los 13 jóvenes, todos habían sido asesinados.
Como en todos los casos, salió a relucir la ineptitud de las autoridades y el manejo de la información.

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