viernes, 28 de noviembre de 2014

Reporte Global

Por Salvador González Briceño*
 
REFORMAS NEOLIBERALES, EN PIE
*México, las buenas intenciones de Peña Nieto
La contradicción está en el fondo. De la misma manera que el país no puede avanzar anidando económicamente a dos Méxicos —uno pobre, pobrísimo, y otro más o menos desarrollado; desde una clase media cada vez más golpeada, hasta la elitista que gestaron durante las últimas tres décadas tanto las grandes empresas primero como el sistema bancario y financiero después—, tampoco puede sobrevivir sin cambios de fondo al sistema político.
Ambas reformas —perestroika y glasnost— son tareas pendientes que, incluso el experimento panista que duró dos “lastres” de gobierno sexenal (el de Vicente Fox del 2000 al 2006 y el de Felipe Calderón del 2006 al 2012), ni el PRI a su regreso a la silla presidencial, con Enrique Peña Nieto (del 2012 al 2018), están encarando.
De la mano de sendas reformas, la relación de México con el exterior, pero particularísimamente con Estados Unidos de América, es más que primordial para de ese modo reelaborar lo necesario para sacar al país adelante y no atorarse en los buenos deseos.
Para comenzar, las últimas reformas aprobadas a iniciativa de Peña Nieto en el Congreso de la Unión (el total de 11, la Energética, de Competencia Económica, Telecomunicaciones y Radiodifusión, la Hacendaria, Financiera, Educativa, de Amparo, de Procedimientos Penales, Políticoelectoral, de Transparencia y Laboral), no son otra cosa que el “cierre de pinza” de las “reformas estructurales”, iniciadas desde el gobierno de Miguel de la Madrid y profundizadas por Carlos Salinas de Gortari. Reformas neoliberales y privatizadoras baluartes de la globalización.
Valga referir la Energética que, como cereza del pastel, había sido la trabazón principal porque debían modificarse artículos clave de la Constitución (el 27 y el 28) en el sensible tema energético, particularmente en referencia a Pemex. De la mano de dicha reforma estaba siempre la sombra de EUA que presionó desde Salinas para que se abriese el sector del petróleo, el gas y la electricidad a la inversión extranjera en especial a las multinacionales texanas.
Así, tales reformas “modernizadoras” —las de antes: comunicaciones, siderurgia, banca, etc., como las recientes— profundizarán los cambios neoliberales de las últimas tres décadas. Y con ello el atraso del país, tanto en materia económica con un crecimiento a tasas pírricas, como en la dependencia del vecino, EUA (TLCAN, dixit). Y sin cambios en el sistema político hacia una transición democrática, tan prometida como la zanahoria no habrá: desarrollo económico con bienestar social; estabilidad política sin corrupción e impunidad; seguridad para la población sin violencia ni Estado de derecho trastocado.
Peña Nieto avanza, pues, en sentido contrario a lo que promete. Así, difícilmente logrará los cambios de fondo para el país. No sólo falta revertir las reglas para un Estado más activo en la economía, igual replanteando las reglas de la convivencia política y social, como replantear los términos de la relación con EUA en temas como el crimen organizado y el narcotráfico.
Sin esos pasos mínimos —o máximos, si se quiere— difícilmente se cambiará el impacto o la descomposición que se ha generado en la sociedad. Los problemas están a la vista, los procedimientos se tienen que desarrollar. Luego entonces, los intentos son válidos, los compromisos más.

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