viernes, 18 de noviembre de 2016

México frente a la pesadilla estadunidense

Ciudad de México.- Lo que para muchos era una pesadilla se volvió realidad la noche del 8 de noviembre. A pesar del repudio de los medios de comunicación más prestigiados del mundo occidental, de la firme oposición de grandes sectores en los Estados Unidos, de la voz de premios Nobel, del rechazo de grupos artísticos e intelectuales, de las llamadas de atención sobre el peligro que sus posiciones representan para la paz mundial, el candidato republicano, Donald Trump, triunfó en las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Más aún, su partido mantuvo la mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado; esto último le permite, entre otras cosas, decidir sobre las designaciones futuras en la Suprema Corte durante al menos los próximos cuatro años.
El empresario dedicado a promover concursos de belleza y hacerse de una gran fortuna con desarrollos inmobiliarios, orgulloso de evadir impuestos y hostigar mujeres, sin la menor experiencia en políticas públicas, se convierte, ante la sorpresa del mundo entero, en el presidente número 45 de los Estados Unidos.
Hay muchas aristas a explorar desde las ciencias sociales para entender mejor el fenómeno que acaba de ocurrir en uno de los sistemas políticos más avanzados del mundo. Interesa en particular preguntarse hasta dónde es un problema aislado o forma parte de una tendencia generalizada entre los grupos menos favorecidos por la globalización económica –en este caso sobre todo grupos blancos sin educación universitaria– que se sienten excluidos de los beneficios de la misma. Como se ha repetido numerosas veces, Trump no inventó su malestar. Lo verbalizó y lo utilizó bien para construir frases mediáticas como “hacer a América grande otra vez”.
En todo caso, unas horas después de reconocerse el triunfo, los resortes de la democracia estadunidense han entrado en operación para asegurar uno de sus rasgos centrales: la transición pacífica del mando a través de la transparencia indiscutible de la votación, la aceptación de los resultados y los gestos de reconciliación que preservan la unidad nacional. El discurso de Hillary Clinton y horas después de Barack Obama han sido signo de su empeño en proteger esos elementos democráticos. Otro tanto puede decirse de Trump y su cambio de estilo y discurso, que no dejó de sorprender.
Empieza ahora un periodo difícil de incertidumbre respecto a colaboradores y programa de gobierno, de distancia o cercanía entre la agresividad del discurso y la toma de decisiones. ¿Llevará a cabo Trump algunas de sus promesas más destacadas de la campaña? Es importante destacar que ningún otro país puede resentirlas tanto como México. En efecto, dos de ellas se refieren directamente a nuestro país: la inmigración y los acuerdos comerciales.
Como respuesta al descontento de los grupos blancos amenazados por el desempleo y los bajos salarios, Trump dio como promesa regresar los empleos que se llevaban al otro lado de la frontera compañías automotrices como Ford. Desde su punto de vista, se detendría esa práctica mediante la aplicación de aranceles y otras medidas proteccionistas que abiertamente van en contra de las disposiciones del TLCAN. Dado que Trump considera éste como “el Acuerdo más negativo jamás firmado por un gobierno de los Estados Unidos”, no sería sorpresiva su denuncia o el llamado a su renegociación. Otro tema de su agenda comercial es el TPP, que puede darse por seguro que no se ratificará.
En materia de migración, quizá las posibilidades son deportaciones masivas o deportaciones selectivas. Cabe recordar que éstas últimas serían similares a las llevadas a cabo por Obama. Si sus intenciones iniciales fueron muy distintas, lo cierto es que los resultados obtenidos no fueron en la práctica favorables a los trabajadores indocumentados, que frecuentemente vieron rota la unidad familiar como resultado de los más de 2 millones de deportaciones que se llevaron a cabo durante su presidencia.
Estamos pues en el umbral de una etapa muy difícil de las relaciones con Estados Unidos. ¿Cuál es el margen de maniobra del gobierno y sociedad mexicana para responder? Muy poco, en parte dada la falta del capital humano con el dominio del tema que se necesita. Desde el manejo de la invitación a Trump a visitar México como candidato, la falta de profesionalismo para diseñar la logística, fijar la agenda, coordinar a las agencias gubernamentales, o para la comunicación social de la misma, fue dolorosamente torpe. Poco puede esperarse del diálogo que se inicie después del próximo enero.
Hay varias medidas atropelladas y contraproducentes que se han intentado llevar a cabo después de la elección. Ellas van desde una conferencia de prensa convocada pocas horas después de conocerse los resultados electorales cuyo objetivo, al parecer, fue dar seguridad sobre las magníficas condiciones en las que se encontraba la economía mexicana. Es posible que el efecto inmediato no haya sido tan negativo, pero es poco probable que las palabras del Secretario de Hacienda y el Director del Banco de México fueran convincentes respecto a los efectos que se esperan.
Por lo que toca a la diplomacia consular, implementada desde hace seis meses desde la Secretaría de Relaciones Exteriores, ésta se ha centrado en el fortalecimiento de los más de 50 consulados que México tiene en Estados Unidos para difundir una mejor imagen de México y “empoderar” a la comunidad mexicano-estadunidense para ejercer sus derechos civiles, votar y ser un factor de peso en el avance del Partido Demócrata. Respecto a esto último, los datos indican que el poder latino fue poco efectivo electoralmente. Superó sólo en 2% a la votación ejercida a favor de Obama en 2008.
Otro episodio interesante, esta vez proveniente de la Cámara de Senadores, es la intención de ratificar el TPP antes que lo haga Estados Unidos; con el triunfo de Trump, seguramente el Senado de ese país no lo hará.
Por todos los motivos anteriores, la percepción de México por parte de quien tomará el poder a partir de enero en los Estados Unidos es de un gobierno débil, carente de cohesión interna, concentrado en su propio proceso electoral de 2018 y, por lo tanto, sin una estrategia definida para dialogar con este país.
A nivel de la sociedad civil, la situación es también de debilidad. Existen grupos empresariales mexicanos en Estados Unidos con intereses importantes, pero sin organización entre ellos. No podrían ejercer como verdaderos lobbies ante el Congreso. En el mundo académico, después de un periodo de debilitamiento de los centros para estudiar a Estados Unidos en México, la situación mejora pero está lejos de tener un nivel óptimo.
En resumen, no estamos en las mejores condiciones para dialogar, especialmente dada la incertidumbre que hoy domina en el gobierno más poderoso del mundo, con nuestro vecino y principal socio comercial.

Proceso

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