Por: Ernesto Villanueva
Ciudad de México.- El jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, no tiene remedio. Alejado de lo que se podría denominar estadista, el mandatario capitalino tiene muy claros sus intereses: los suyos propios, nada más pero nada menos. Y no es, en modo alguno, una conjetura mía basada en algún tipo de fobia, sino en elementos que permiten sustentar mi anterior aserto. Veamos.
Primero. En una lógica del absurdo, Miguel Ángel Mancera tiene una importante –si bien no decisiva– influencia en el PRD, partido al que no pertenece y al cual nunca se ha afiliado, lo que exhibe su desprecio por esa marca que va en caída libre, pero que él usa como moneda de cambio para trascender 2018 en el servicio público. Hombre al que todos califican de muy buen colaborador, a su llegada al poder en el entonces Distrito Federal se sintió huérfano por su lejanía cada vez más clara de quien lo puso en el cargo, Marcelo Ebrard. Buscó cobijo y guía en el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, de ahí que su gobierno no haya seguido la línea de izquierda de sus antecesores, sino sea una capirotada (una suma de todo) que cada día demuestra ser un proyecto de gobierno fallido.
Proceso
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