Por: Aquiles Córdova Morán
Un sociólogo y economista inglés de principios del siglo XX escribió que el concepto de “clase dominante”, en sentido lato pero rigurosamente científico, comprende tres sectores fundamentales: a) el sector dueño de los grandes capitales bancarios, industriales y comerciantes; b) el sector que ejerce el poder político, cuyo núcleo principal es el aparato del gobierno; y c) el ejército ideológico, que comprende la mayoría de los órganos informativos más influyentes, la mayoría de las grandes empresas editoriales y el numeroso equipo de intelectuales especialistas en las distintas disciplinas del saber humano y que son, precisamente, los que tienen directamente a su servicio a los grandes medios masivos de difusión e información y a las editoriales más prestigiosas para publicar sus opiniones, sus investigaciones o lo que les venga en gana, con lo cual alcanzan una penetración y un dominio casi absoluto sobre las mentes de todos los ciudadanos y los pone en condiciones de orientarlos y manipularlos en el sentido que más convenga a los intereses de los otros dos sectores.
Ahora bien, cuando una clase dominante entra en su fase de decadencia irreversible (e incluso antes de que esto se materialice, a manera de síntoma premonitorio), el primer sector que registra y manifiesta los síntomas del fenómeno es, justamente, el ejército intelectual. Su enfermedad terminal se sintetiza en la pérdida cada vez más pronunciada y extendida de su capacidad para hacer verdadera ciencia, para estudiar la realidad material y social como un proceso, como algo interconectado con el todo y en continua transformación, para estudiar cada fenómeno de un modo profundo, completo y multilateral o, para decirlo con el término técnico acuñado por la filosofía, de un modo concreto, y se va convirtiendo ante nuestros ojos en simple apologista del modelo, al que dedica toda su inteligencia y capacidad para maquillarlo y ocultar los estragos del tiempo, las manifestaciones más repugnantes de su obsolescencia y decrepitud irreversibles. Este tránsito de la ciencia a la vil apologética se integra por varios factores, algunos de los cuales, los más relevantes a mi juicio, son:
a).- Una conformación mental que la capacita para admitir, al mismo tiempo y sin ningún sentimiento de culpa, ideas y conceptos que se contradicen frontalmente entre sí como indudablemente ciertos y válidos simultáneamente, y defenderlos con tal aplomo que engañan a los menos avisados en tales falacias. El economista antes aludido lo dice así: “Como no se nos pide que expliquemos de modo claro y coherente (…) las medidas políticas de escasa calidad y de cortos vuelos que aplicamos (…), hemos perdido (…) el hábito de pensar coherentemente o, para decirlo de manera inversa, hemos ido creándonos una extraña y peligrosa capacidad de albergar ideas y motivaciones incompatibles y, con frecuencia contradictorias”.
b).- La casi ninguna importancia que concede a los hechos reales, a los hechos realmente acaecidos en el mundo material; de ahí procede la pérdida de capacidad para estudiarlos de modo concreto. El apologista se satisface con ideas vagas y confusas sobre aquello de lo que habla y, en el mejor de los casos, acepta como argumento de buena ley la información recibida de otros apologistas o de gente poco calificada para opinar sobre el problema en cuestión. Otra vez el economista mencionado: “Estas difusas y apresuradas nociones no son nunca moderadas mediante el estudio detallado de los hechos y de las cifras. Su única base real suelen ser los comentarios o afirmaciones de algún amigo…”
c).- Los apologistas desprecian el lenguaje usado por la gente común, e incluso el lenguaje exacto de su propia ciencia, debido a que este lenguaje es poco útil (e incluso estorba) para enmascarar y maquillar la realidad. Por ello, crean su propio vocabulario en el cual las palabras pierden su verdadero significado original para pasar a significar lo opuesto a dicho significado. “Revoluciones de colores”, “Primavera árabe”, “Misión civilizadora”, “expansión de los regímenes libres y democráticos” son algunos ejemplos actuales de la prostitución del lenguaje humano para ocultar las sangrientas guerras de agresión del imperialismo. El destacado escritor inglés John Ruskin escribió al respecto: “Hay a nuestro alrededor palabras enmascaradas que nos zumban en los oídos monótonamente y que nos acechan ahora mismo, en Europa, que nadie entiende pero que todo el mundo usa (…) Nunca hubo animales de presa tan dañinos ni diplomáticos tan astutos, ni venenos tan mortales como estas palabras enmascaradas”.
d).- La arrogancia y el desdén (real o fingido) del apologista hacia la persona, doctrina u objeto al que dirige sus ataques, lo que sumado a todo lo anterior, determina su ignorancia casi absoluta de cuanto concierne a su “enemigo”. Esto no le impide, sin embargo, ponerse a despotricar en su contra como si fuera un verdadero experto en el tema. El filósofo húngaro Georg Lukács escribió, hablando de la decadencia de los filósofos más representativos de la burguesía europea: “… al cesar las grandes luchas de tendencias en torno a principios en el seno de la burguesía, va decayendo y cesa también el conocimiento de la materia por parte de los filósofos burgueses. Schelling, Kierkegaard o Trendelenburg conocían todavía al dedillo la filosofía hegeliana. Schopenhauer, en cambio, también en esto precursor de la decadencia burguesa, critica a Hegel sin conocerlo siquiera de un modo superficial. Todo parece lícito frente al enemigo de clase, toda moral científica cesa al llegar aquí. Hasta investigadores que en otros campos se comportan concienzudamente (…) se permiten en este punto las más ligeras afirmaciones, que toman de otras manifestaciones de opinión igualmente infundadas, sin que se les ocurra siquiera ir a beber a las verdaderas fuentes, por lo menos cuando se trata de comprobar los hechos.”
Creo sinceramente que todo esto es perfectamente aplicable a la actual campaña de acusaciones, injurias y calumnias que culpa a los antorchistas de ser los autores, al menos en una parte significativa, de los saqueos y el vandalismo desatados al amparo del “gasolinazo”. Hagamos un recuento breve e incompleto de tan artero ataque mediático para comprobar este punto de vista.
1).- La revista “Proceso”. Con fecha 6 de enero, este influyente semanario publicó un reportaje de Gabriela Hernández, en el cual se acusa firme y directamente al antorchismo poblano, en coordinación con bandas llevadas del Estado de México, de ser los autores de los saqueos ocurridos en el sur de la capital poblana. El argumento más “sólido” era que se trata de la zona con mayor presencia antorchista en esa ciudad. Nos defendimos del ataque señalando la endeblez de las pruebas y la intrínseca contradicción del artículo, y “Proceso” ha publicado ahora algo que pudiera tomarse como una respuesta a nuestra legítima defensa: un farragoso y deshilvanado escrito firmado por Rosalía Vergara y José Gil Olmos, en el que se recoge textualmente lo siguiente: “Para el director de México Suma, Osmar León Aquino, la estructura electoral del PRI conocida como “Marea Roja”, fue usada para desatar el caos en la entidad, con una estrategia similar a la que usó el actual gobernador mexiquense contra Antorcha Campesina (subrayado mío) en 2012 y 2013. Aquella vez también se caracterizó por el grito de “¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen!”. Esta afirmación es absolutamente cierta en sus términos, y, de ella, cualquier cerebro sano obtendría la conclusión de que, por tanto, es absurdo culpar a Antorcha de los actuales saqueos. Sin embargo, ni “Proceso” ni Osmar León lo hacen; se cuidan muy bien de exculparnos y más bien parecen insistir en lo contrario. Contra el enemigo todo se vale, dijo Lukács.
2).- El Financiero y elfinanciero.com. Con fecha 12 de enero, estos medios publicaron un artículo de opinión titulado: A Trump no le conviene AMLO de vecino que, en su parte atinente dice: “El sistema de distribución manejado por el sindicato de Pemex le generó cuantiosas fortunas a muchos que no han de estar contentos de perder el negocio. El origen de los saqueos en Hidalgo y la participación en estos de Antorcha Campesina ponen el reflector sobre el “rudo” Osorio Chong quien quería pegarle a los técnicos “Meade y Videgaray”. Así que El Financiero, para “pegarle” a Osorio Chong, no halló mejor recurso que acusarnos de gozar de “cuantiosa fortuna” y de haber participado en los saqueos en Hidalgo. Pero ¿de dónde saca tales infundios el autor del artículo? ¿En qué funda sus acusaciones? ¿Cómo puede demostrar la “cuantiosa fortuna” de Antorcha y nuestra participación en los saqueos de Hidalgo? Y si al articulista cree que no merecemos el esfuerzo de investigarnos a fondo para probar sus acusaciones, podemos preguntarle todavía: ¿por qué no se toma siquiera la molestia de leer y tratar de entender el abundante material que hemos publicado al respecto en nuestra página Web? ¿No es esto falta de interés por conocer bien al “enemigo” antes de ponerse a hablar de él, signo inequívoco de un apologismo interesado y decadente, como dice Lukács?
3).- Televisa y televisa.com; programa La hora de opinar de Leo Zuckermann. El invitado en turno afirmó que “hubo grupos que aprovecharon la confusión para impulsar su agenda”, y el señor Zuckermann, ni tardo ni perezoso, cogió al vuelo la oportunidad para acotar: “tipo Antorcha Campesina que le echa más gasolina al fuego”. Y ¿en qué se apoya Zuckermann para lanzar tamaña injuria en nuestra contra? ¿Es mucho pedir a un comunicador como él un poco de honradez intelectual y de respeto por la verdad y por la inteligencia de su público? ¿De qué se trata, señor Zuckermann: de falta de seriedad o de incapacidad intelectual para dar coherencia a su discurso?
4).- zetatijuana.com. Este respetable semanario publicó una entrevista al Profesor Emérito de El Colegio de México, Lorenzo Meyer, que tituló: “EPN nos entiende, ¿y?”, en la cual el destacado intelectual dijo: “se señala (¿quién señala, señor Profesor Emérito?) que en el Estado de México los que están saqueando son también miembros de organizaciones como Antorcha Campesina y Antorcha Popular que yo ni sabía que existía (¡sic!), pero la Antorcha Campesina es viejísima y está ligada a los Salinas, si mal no recuerdo.” (¡resic!). Así don Lorenzo Meyer. No solo confiesa paladinamente que habla de lo que ni siquiera sabía que existe, sino también de su falta de esmero para siquiera refrescar su mala memoria antes de ponerse a pontificar y a repartir culpas sin ton ni son, solo porque es “Profesor Emérito” del muy respetable Colegio de México. Otra vez la deshonesta actitud de combatir a alguien por prejuicio o por odio de clase, pero sin preocuparse un adarme por investigar lo elemental del asunto, característica de todo apologista decadente.
5).- Por último, otra vez El Financiero. El 17 de enero, Raymundo Riva Palacio, ciertamente un periodista influyente y temible por su relación con el poder, publicó un artículo que llamó GABINETE ROTO, en el cual, luego de poner en oro y azul al Presidente y a su gabinete, suelta inesperadamente lo que sigue: “El informe (se refiere a un documento oficial, respaldado por la División Científica de la Policía Federal, por la Comisión Federal de Seguridad y por la Secretaría de Gobernación, en el cual se señala a Andrés Manuel López Obrador, al senador morenista Mario Delgado, a Gerardo Fernández Noroña, a la diputada panista Amelia Gámez, al diputado petista Óscar González y al alcalde de Parral, Chih., Alfredo Lozoya como los promotores del desbarajuste por el “gasolinazo”) desvió la atención de que entre los verdaderos instigadores de las protestas se encontraron organizaciones campesinas vinculadas al PRI, así como Antorcha Campesina, también de origen tricolor.” Y nada más. Resulta, pues, que, para este señor, su palabra y sus preferencias políticas valen más que, y están por encima de, cualquier investigación por rigurosa y científica que sea. Todo esto es falso, dice Riva Palacio; una farsa montada para proteger a los verdaderos culpables, que son organizaciones campesinas vinculadas al PRI. O sea que para Riva Palacio y otros opinadores de su estatura, basta con acusar a alguien de ser del PRI para que quede expedito el camino a cualquier imputación, acusación o calumnia, misma que todos estamos obligados a creer por venir de quien viene y por tratarse de “priistas”, sin necesidad de ninguna otra prueba adicional. ¿Es esto investigación de la verdad y opinar con conocimiento de causa? ¿Es esto hacer ciencia y conciencia social? ¿No es acaso una autoconfesión de irremediable decadencia intelectual?
A mi juicio, lo dicho demuestra, muy racional y comprensiblemente para cualquier mente desprejuiciada y mínimamente lúcida, que quienes atacan y acusan a los antorchistas de los saqueos y robos promovidos al amparo del “gasolinazo”, no cuentan con la más endeble base de sustentación, con un mínimo de pruebas creíbles, e incluso ni siquiera con un conocimiento elemental de lo que es, propone y defiende el Movimiento Antorchista Nacional. Por tanto, tenemos todo el derecho para concluir que, o nuestros detractores y calumniadores son mercenarios de a tanto la línea, o actúan para cumplir con la tarea que les corresponde como sector que son de la clase dominante, es decir, que estaríamos ante una prueba irrefutable de la decadencia terminal del modelo neoliberal en México y en el mundo entero, razón por la cual su ejército de intelectuales y propagandistas muestran ya los síntomas claros de esa misma decadencia. En cualquiera de ambos casos, es obvio que lo que dicen carece de todo valor probatorio y científico.
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