Renato Consuegra
La verdad de Estado es que no fue atentado. Pero la explosión del pasado jueves fue tan difusa como difusa y confusa la explicación ofrecida la noche del lunes 4 de febrero por el procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, quien no sólo dejó muchas dudas en el aire, sino que en un intento por desacreditar una nota incómoda del diario La Jornada, es decir, al pretender echar por tierra cualquier posibilidad de un atentado —presuntamente habrían sido encontrados explosivos en una maleta—, realizó un mal chiste de un evento en el que perdieron la vida 37 personas a la fecha y un centenar resultaron lesionadas.
Si Murillo Karam carece de tino para dar información creíble y detallada, ojalá lo tenga para disculparse con los deudos de las víctimas y lesionados, por el mal chiste. Ya no digo a las mujeres por ese chiste sexista, que también debería.
El Procurador no entiende que han sido tantas las mentiras y simulaciones con las que los gobernantes han violentado la confianza de los mexicanos, que poco se les cree. Pero, sobre todo, parece no entender que la muerte de 37 personas es cosa seria, que un “estadista” o político con tablas como él —así le llamaron algunos lisonjeros gratuitos en días anteriores— tiene la responsabilidad de dar certezas a los ciudadanos, sin dejar cabos sueltos. Finalmente es el “abogado del pueblo”.
En cambio, parece que la explicación a los mexicanos sobre la explosión en las oficinas de Pemex, la tomó de la misma forma como respondió la pregunta sobre la maleta, a la ligera.
La verdad del Gobierno, entonces, creó sospechas. Se convirtió en la verdad sospechosa.
Debieron darnos, entre otras, las siguientes explicaciones: ¿Qué cantidad de gas metano debe acumularse para generar una explosión con la magnitud de la del jueves? ¿Cómo y dónde pudo haberse acumulado? Pregunta Xóchitl Gálvez, que de edificios inteligentes sabe lo suyo, sobre qué pasó, porque “se supone que el gas metano contiene mercaptano (aromatizante), justo para detectar alguna fuga”.
¿Por qué tardaron cuatro días para darnos esa explicación que siguió el mismo rumbo que la ofrecida la noche del mismo jueves 31 de enero por el presidente Enrique Peña Nieto?
Pero quizá una de las más importantes respuestas no fue dada: ¿Por qué la empresa que maneja riesgos todos los días en los pozos petroleros, las plataformas de extracción, las refinerías, los oleoductos y gasoductos, etc., tuvo tan escaso cuidado en las instalaciones donde se encuentran sus oficinas centrales, es decir, las oficinas donde labora la gente que dirige a la empresa más importante del país?
Ya tenemos una verdad de Estado, difusa y confusa, pero la tenemos. Lo que no hubo fueron certezas.
La verdad de Estado es que no fue atentado. Pero la explosión del pasado jueves fue tan difusa como difusa y confusa la explicación ofrecida la noche del lunes 4 de febrero por el procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, quien no sólo dejó muchas dudas en el aire, sino que en un intento por desacreditar una nota incómoda del diario La Jornada, es decir, al pretender echar por tierra cualquier posibilidad de un atentado —presuntamente habrían sido encontrados explosivos en una maleta—, realizó un mal chiste de un evento en el que perdieron la vida 37 personas a la fecha y un centenar resultaron lesionadas.
Si Murillo Karam carece de tino para dar información creíble y detallada, ojalá lo tenga para disculparse con los deudos de las víctimas y lesionados, por el mal chiste. Ya no digo a las mujeres por ese chiste sexista, que también debería.
El Procurador no entiende que han sido tantas las mentiras y simulaciones con las que los gobernantes han violentado la confianza de los mexicanos, que poco se les cree. Pero, sobre todo, parece no entender que la muerte de 37 personas es cosa seria, que un “estadista” o político con tablas como él —así le llamaron algunos lisonjeros gratuitos en días anteriores— tiene la responsabilidad de dar certezas a los ciudadanos, sin dejar cabos sueltos. Finalmente es el “abogado del pueblo”.
En cambio, parece que la explicación a los mexicanos sobre la explosión en las oficinas de Pemex, la tomó de la misma forma como respondió la pregunta sobre la maleta, a la ligera.
La verdad del Gobierno, entonces, creó sospechas. Se convirtió en la verdad sospechosa.
Debieron darnos, entre otras, las siguientes explicaciones: ¿Qué cantidad de gas metano debe acumularse para generar una explosión con la magnitud de la del jueves? ¿Cómo y dónde pudo haberse acumulado? Pregunta Xóchitl Gálvez, que de edificios inteligentes sabe lo suyo, sobre qué pasó, porque “se supone que el gas metano contiene mercaptano (aromatizante), justo para detectar alguna fuga”.
¿Por qué tardaron cuatro días para darnos esa explicación que siguió el mismo rumbo que la ofrecida la noche del mismo jueves 31 de enero por el presidente Enrique Peña Nieto?
Pero quizá una de las más importantes respuestas no fue dada: ¿Por qué la empresa que maneja riesgos todos los días en los pozos petroleros, las plataformas de extracción, las refinerías, los oleoductos y gasoductos, etc., tuvo tan escaso cuidado en las instalaciones donde se encuentran sus oficinas centrales, es decir, las oficinas donde labora la gente que dirige a la empresa más importante del país?
Ya tenemos una verdad de Estado, difusa y confusa, pero la tenemos. Lo que no hubo fueron certezas.
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