Por Lorena R Arvizu Rivera
El otoño pinta con sus hojas las calles, los días ya se sienten en las tonalidades cafés y, sin embargo, este domingo “soñamos con una noche de verano”. Onírica y pintoresca.
La dicha que nos incitaba a no despertar fue provocada con la danza. Porque también soñamos moviendo el cuerpo. Y es esa, la danza, la encargada de llevarnos hacia allá.
Fue dentro de la celebración de los 80 años del Palacio de Bellas Artes. Ese reciento que tiene a bien recibirnos cada que caminamos por el centro de la ciudad. Escoltado por inmensas jacarandas y fuentes que se sostienen a través del bronce. En esta ocasión, la elección fue representar una de las obras más aclamadas del escritor quizá más famoso a través de la historia, William Shakespeare, de quien se celebran 450 años de su nacimiento.
“Sueño de una noche de verano” para engalanar el recinto y así también nuestro mirar. Ha sido una de los montajes más ambiciosos a cargo de la Compañía Nacional de Danza y ciertamente, uno de los más vistosos. Si no conocen la historia, gira en torno a amores, desamores y algunos desacuerdos surgidos en este y otro mundo habitado por seres fantásticos. Aquí se limita la parte dramática y puede decirse que el final resulta en felicidad. De cualquier forma, los enredos que ahí se relatan cumplen la función de llevarnos a ese mundo; más si como en esta ocasión lo hacen con una escenografía que atrapa, vestuarios que embellecen aún más la obra y movimientos corporales que no pueden sino inspirar.
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