lunes, 27 de octubre de 2014

Solalinde, declarado persona “no grata” en Ayotzinapa

Ciudad de México.- El que originalmente sería un domingo de desagravio espiritual con familiares de los 43 estudiantes desaparecidos terminó convertido en una jornada de reclamos al sacerdote Alejandro Solalinde quien, encima de ser confrontado por padres, madres y compañeros molestos por su “protagonismo y falta de tacto” en el manejo público que ha dado al caso, literalmente fue echado de la escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos después de ser regañado. “¡Si sabe dónde está la fosa en la que está mi hijo, lléveme!”, exigió uno de los padres de familia que lo escoltó hasta la puerta de la escuela tras una tensa reunión en la que no solo se le reclamó la forma en que se insertó en la crisis —con base en declaraciones a los medios de comunicación—, sino que se le exigió abstenerse de emitir más comentarios en lo sucesivo. “Dijo puras barbaridades. Imagine cómo las mamás lloraban al leer lo que dijo en los periódicos”, lamentó otro familiar.
Tras la sorpresiva irrupción de Solalinde, hace una semana, en el caso de los normalistas desaparecidos, Ayotzinapa estaba a la espera de su presencia para exigirle una explicación. Habían pasado dos días de rumores sobre una posible misa y justo cuando se cumplió el primer mes de la desaparición de 43 estudiantes en Iguala, el sacerdote arribó a la escuela Normal con el ánimo de dar la vuelta a la página.
Eran las 13:20 horas y venía, dijo, con la intención de oficiar una misa en el patio central para disculparse con la comunidad. Era su forma de pedir perdón luego de afirmar públicamente que los jóvenes habían sido asesinados, declaraciones que hizo sin consultar a las familias y cuando todavía no había —y aún no la hay— ninguna confirmación de su muerte.
Una semana más tarde, esas declaraciones volvieron, para cobrarle la cuenta al sacerdote. A Solalinde, quien muchas veces ha acusado de insensibles a las autoridades cuando tratan con víctimas, le tocó estar del otro lado. Al final, lo rebasó la rabia de los familiares. Padres y madres que supieron a través suyo la versión de que sus hijos habían sido quemados en una fosa lo recibieron fría y hostilmente, sin que se le permitiera instalar el altar en donde se celebraría la ceremonia.
La reunión se llevó a puerta cerrada. De lo que sucedió en su interior solo hubo fragmentos, comentados por padres que ahí estuvieron: “No se vale lo que hizo”, dijo uno. Otro: “Nos dolió muchísimo enterarnos así”. Tras un bombardeo que incluyó cuestionamientos de por qué no los buscó primero para informarles de algo tan grave, el sacerdote emergió de la escuela hacia las 4 de la tarde. Fue escoltado hasta la puerta. El ánimo en su salida era claramente el de una expulsión.

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