lunes, 18 de mayo de 2015

Reporte Global

Por Salvador González Briceño*
 
DEL NOM QUEDA LA GUERRA

Mucho se habla todavía del Nuevo Orden Mundial (NOM) como un fin inevitable para la humanidad. Pero nada más falso. Esa tesis murió cuando el imperio estadounidense se enfrentó a dos fenómenos simultáneos: 1) La crisis financiera que inició en 2008-09 en Estados Unidos, y; 2) El silencioso resurgimiento geopolítico de Rusia y el potencial económico de China. Los enterradores de tamaña afrenta para la humanidad (y hasta la llamada civilización occidental), que encabezó el presidente estadounidense George H. W. Bush (1989-1993).
Ni más ni menos. Proyecto hegemónico en picada, el de la unipolaridad mundial. Y del imperio también. Desde que Rusia y China, más los aliados del BRICS (2009, primera cumbre), inauguraron la multipolaridad. He aquí, si no el justo medio al menos el desequilibrio que sorprendió a los oligarcas de la elite del poder estadounidense (y de Gran Bretaña, Francia, Alemania, etcétera).
La intentona se dio a conocer en tanto el mundo occidental vio la decadencia de la Unión Soviética en 1991, el imperio estadounidense se creyó triunfal. Sus pregoneros se apresuraron a declarar el “fin de la historia y el último hombre” (Francis Fukuyama, 1992); así como a promulgar lo que el poder político llamó el “Nuevo Orden Mundial”. Y por si hacía falta algo, ahí estaba ya el “choque de civilizaciones” de Huntington escrito un año después, en 1993 (el artículo de Foreign Affairs) y el libro de 1996, que suponía la confrontación “civilizatoria” occidente-oriente, para la “reconfiguración del orden mundial”.
El éxito de las democracias occidentales estaba asegurado, tras el fin del experimento soviético que el asesor de Jimmy Carter, experto en geopolítica, Zbigniew Brzezinski se apresuró en llamar El gran fracaso, en 1989 (el hoy asesor de cabecera de Barack Obama). EU se sintió el gran triunfador del largo periodo conocido como guerra fría (1946 a 1989-Berlín/1991 URSS), como lo fue pero profundizó las diferencias capitalistas al extremo. Al grado que la presunta época dorada, la del fin de las ideologías y el éxito de las democracias liberales de occidente —forjada durante el periodo que va de los 70 a los años 90— llegó a feliz término. Se trata precisamente de las décadas de gestación de la onda larga de Kondratieff, de crisis del capitalimperialismo que estalló precisamente en EU con la burbuja inflacionaria de los créditos hipotecarios mencionada ya.
En estas condiciones supuestamente hegemónicas, sumido en la desgracia el proyecto comunista de la URSS y sin considerar alguna para el populoso proyecto heredero de Mao, occidente tenía todo para subir al cielo y cantar victoria. Pero ¡oh, destino! ¿Por qué tenía EU que escuchar el sonido de las trompetas apocalípticas? ¿Por qué si todo pintó tan bien por un instante? Incluso por ello occidente se dio el lujo de forjar al nuevo enemigo, por si las de hule, al del mencionado “oriente desoccidentalizado”.
En tal coyuntura, el mismísimo Bush hacía el anuncio en 1991: “Tenemos ante nosotros la mayor oportunidad de forjar para nosotros y las futuras generaciones un Nuevo Orden Mundial. Un mundo que sea gobernado por la ley, no por la ley de la jungla que gobierna la conducta de las naciones. Cuando lo consigamos y lo vamos a conseguir. Tenemos una oportunidad para este Nuevo Orden Mundial, un orden en el cual una confiable Organización de las Naciones Unidas pueda desenvolver su rol para mantener la paz y cumplir la promesa y la visión de los fundadores de la ONU.
“…un Nuevo Orden Mundial, (en) donde diversas naciones estén reunidas en una causa común para alcanzar las aspiraciones universales de la humanidad. Paz y seguridad, libertad y el orden de la ley... Ahora podemos ver un nuevo mundo a la vista. Un mundo en el cual hay un gran prospecto para un Nuevo Orden Mundial.” El NOM se quedó en el papel. La guerra como medio no.

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