Por Salvador González Briceño*
PEÑA NIETO Y EL VACÍO DE PODER
A Enrique Peña Nieto la Presidencia le quedó grande. O al revés: la responsabilidad para gobernar a México exige un presidente con pasión por la política (en el arte de servir a los demás), un alto compromiso social y un conocimiento de, por ejemplo, los asuntos económicos y las bases de la política exterior del país, particularmente los nexos con su vecino del norte, los Estados Unidos de América (EUA). Por decir lo menos.
Ni lo uno ni lo otro. La biografía se impone. Peña Nieto no sólo careció de una preparación escolar que le diera alguna solidez para dicha pasión por su patria (los grados de universidades extranjeras no representan garantía alguna; todo lo contrario), tampoco se distinguió siquiera en el equipo del cual es originario, el Grupo Atlacomulco. Eso sí, el tío Arturo Montiel, lo enfiló a ser primero gobernador y, otras circunstancias (como la cercanía del grupo con Carlos Salinas de Gortari), Presidente de la República. Es el filón del grupo que originó Isidro Fabela y consolidó Carlos Hank González.
Para muestra un botón: ¿quién no recuerda la pena ajena que dio el precandidato Peña en diciembre 2011, cuando en la FIL de Guadalajara confundió y no supo citar libros ni autores que le marcaran su vida? Salvo La Biblia, lo demás resultó confuso. Más allá: la cuestionada promoción, personal gracias a la influencia de las televisoras y el proceso electoral donde “ganó” la silla presidencial (compra de voto y Monex). ¿Quién no recuerda eso? Pero además:
1) Que harta la población de tanta violencia en el país, por las cruentas decisiones del anterior presidente Felipe Calderón y el vacío de poder del “presidente del cambio”, Vicente Fox, ambos del PAN, en 2012 votó por el regreso de un PRI que se dijo “renovado” pero en el curso del actual sexenio ha demostrado, como Peña, no estar a la altura de las exigencias.
2) Que el llamado Pacto por México selló la posibilidad para el país de revertir las políticas de Carlos Salinas, sacadas en su momento del consenso neoliberal con Washington y tanto daño le han causado al país, por las últimas reformas del Congreso —educativa, telecomunicaciones, política, hacendaria, financiera y de energía—, y esto es un resultado de la influencia salinista en el equipo de Peña Nieto, aunque se niega se deja ver.
3) Que la guerra fallida contra el narcotráfico sigue en pie sin mayores ajustes, aún y cuando se prometió cambiar (la calderonista de lanzar al ejército a las calles), puesto que al país le cuesta: por una parte, meterlo a las corrientes del crimen promovidas por Washington en todos aquellos países en donde la desestabilización es clave para apoderarse de sus recursos naturales; por la otra, entrar aquellos negocios (las guerras, el narcotráfico, el tráfico de armas, la siembra de amapola, procesamiento de drogas sintéticas, lavado de dinero) perfectamente controlados por agencias como la DEA y el propio sistema financiero estadounidense y global.
4) Que problemas como la represión de los pobladores de Atenco, cuando Peña era el gobernador, siguen marcando su política con sangre; pero se profundizó tras la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, un caso que no solo está vigente porque las conclusiones de la PGR no atinan a la “verdad científica”, sobre todo cuestionan el tipo de justicia que este gobierno quiere para los mexicanos.
El caso es que ni Peña ni su gabinete atinan atender los problemas del país. El vacío de poder está a la vista. Será por el gobierno compuesto de Juniors o políticos corroídos. Desconocen del amor por México, no del entreguismo a Washington, voluntaria o involuntariamente por las bases salinistas que rigen las directrices del sistema económico y político. Por algo, con la elección del 7 de junio los ciudadanos votaron por la alternativa que representan: los candidatos independientes y Morena. La gente quiere cambiar las cosas: no por la guerra ni por la imposición fraudulenta. Eso no lo ve Peña Nieto.
PEÑA NIETO Y EL VACÍO DE PODER
A Enrique Peña Nieto la Presidencia le quedó grande. O al revés: la responsabilidad para gobernar a México exige un presidente con pasión por la política (en el arte de servir a los demás), un alto compromiso social y un conocimiento de, por ejemplo, los asuntos económicos y las bases de la política exterior del país, particularmente los nexos con su vecino del norte, los Estados Unidos de América (EUA). Por decir lo menos.
Ni lo uno ni lo otro. La biografía se impone. Peña Nieto no sólo careció de una preparación escolar que le diera alguna solidez para dicha pasión por su patria (los grados de universidades extranjeras no representan garantía alguna; todo lo contrario), tampoco se distinguió siquiera en el equipo del cual es originario, el Grupo Atlacomulco. Eso sí, el tío Arturo Montiel, lo enfiló a ser primero gobernador y, otras circunstancias (como la cercanía del grupo con Carlos Salinas de Gortari), Presidente de la República. Es el filón del grupo que originó Isidro Fabela y consolidó Carlos Hank González.
Para muestra un botón: ¿quién no recuerda la pena ajena que dio el precandidato Peña en diciembre 2011, cuando en la FIL de Guadalajara confundió y no supo citar libros ni autores que le marcaran su vida? Salvo La Biblia, lo demás resultó confuso. Más allá: la cuestionada promoción, personal gracias a la influencia de las televisoras y el proceso electoral donde “ganó” la silla presidencial (compra de voto y Monex). ¿Quién no recuerda eso? Pero además:
1) Que harta la población de tanta violencia en el país, por las cruentas decisiones del anterior presidente Felipe Calderón y el vacío de poder del “presidente del cambio”, Vicente Fox, ambos del PAN, en 2012 votó por el regreso de un PRI que se dijo “renovado” pero en el curso del actual sexenio ha demostrado, como Peña, no estar a la altura de las exigencias.
2) Que el llamado Pacto por México selló la posibilidad para el país de revertir las políticas de Carlos Salinas, sacadas en su momento del consenso neoliberal con Washington y tanto daño le han causado al país, por las últimas reformas del Congreso —educativa, telecomunicaciones, política, hacendaria, financiera y de energía—, y esto es un resultado de la influencia salinista en el equipo de Peña Nieto, aunque se niega se deja ver.
3) Que la guerra fallida contra el narcotráfico sigue en pie sin mayores ajustes, aún y cuando se prometió cambiar (la calderonista de lanzar al ejército a las calles), puesto que al país le cuesta: por una parte, meterlo a las corrientes del crimen promovidas por Washington en todos aquellos países en donde la desestabilización es clave para apoderarse de sus recursos naturales; por la otra, entrar aquellos negocios (las guerras, el narcotráfico, el tráfico de armas, la siembra de amapola, procesamiento de drogas sintéticas, lavado de dinero) perfectamente controlados por agencias como la DEA y el propio sistema financiero estadounidense y global.
4) Que problemas como la represión de los pobladores de Atenco, cuando Peña era el gobernador, siguen marcando su política con sangre; pero se profundizó tras la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, un caso que no solo está vigente porque las conclusiones de la PGR no atinan a la “verdad científica”, sobre todo cuestionan el tipo de justicia que este gobierno quiere para los mexicanos.
El caso es que ni Peña ni su gabinete atinan atender los problemas del país. El vacío de poder está a la vista. Será por el gobierno compuesto de Juniors o políticos corroídos. Desconocen del amor por México, no del entreguismo a Washington, voluntaria o involuntariamente por las bases salinistas que rigen las directrices del sistema económico y político. Por algo, con la elección del 7 de junio los ciudadanos votaron por la alternativa que representan: los candidatos independientes y Morena. La gente quiere cambiar las cosas: no por la guerra ni por la imposición fraudulenta. Eso no lo ve Peña Nieto.
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