CUMBRE TAJÍN 2015
Por: Lorena Arvizu
Se puede decir que Cumbre Tajín es amor a nuestras tradiciones, a la música a la cultura, pues inicialmente se enfoca en rescatar mediante la comunicación y experiencias lo tradicional del Estado.
Prácticas como los tejidos de algodón, los pigmentos naturales e incluso el tallado de figuras con elementos naturales deberían ser gestionados para que más personas las conozcan y así se reconozcan en su propia cultura.
Lo primero es explorar el lugar, el Parque Satilhsukut no ostenta edificios o estructuras imponentes; es el concepto de su distribución lo que destaca. Si se miran imágenes desde una perspectiva cenital, puede apreciarse la especie de simetría que lo define. Los nichos colocados casi radialmente (la mayoría en círculo) dotan a este recinto de una peculiaridad, creo, inexistente en otro de este país. La ornamentación es simple, cumple con lo tradicional y lo práctico. Las figuras van desde artesanías de palma, barro, listones de colores y aquellos elementos naturales que daban a los asistentes un regalo visual.
Luego, conocer el proceso en la elaboración de cosas tan acostumbradas, a las que no damos tanto valor. El hilo de algodón, por ejemplo. Los indígenas explican que este debe sembrarse en luna llena, el 4 de octubre. Después se cosecha. Lo limpian. Lo que queda de cada flor tiene que abatanarse, cuatro veces. Quedando como un pedacito de nube: a eso se le llama “mundo”. Tienes entonces, de acuerdo a la tradición, “el mundo en tus manos”, “el elemento que te viste”. Ahora lo ves colocado en la variedad de tu clóset. Pero, valorado.
En cuanto a la música, en definitiva, algunos grupos cumplen la función de las presentaciones en vivo. Me lo dijo otra artista: las canciones están completas hasta que se comparten.
Como la Mala Rodríguez, ella que acapara las miradas, casi en la cuarentena de años deja en sus letras un mensaje claro: ¡el poder también está en las mujeres, pero hay que tomarlo! O ciertos ritmos tan bailables como sólo se pueden encontrar en estados con una energía como la impregnada aquí por los jarochos. Tropikal Forever sembrando el ambiente. Los Ángeles Azules; La Arrolladora con sus canciones, guía de cientos de voces. Los Aterciopelados como un regalo. Un grupo que desde sus inicios ha entregado música que en cada línea ofrece propuestas de pacifismo y diálogo. Proyectaron en el escenario la palabra que recién nos ha unido hacia la búsqueda del cambio a los mexicanos: Ayotzinapa. “Colombia y México hermanados, aún en algo tan atroz como la violencia”, y abogando por la paz, dijo Andrea Echeverri, que “tiene que comenzar con la paz hacia uno mismo”.
Macklemore & Ryan Lewis haciendo hincapié en la importancia de hacer aquello que te apasiona. Y anunciando un disco nuevo.
Otros aprendizajes. Y otras sorpresas, como escuchar la música creada por The GOASTT (sí, del hijo de John Lennon). Los Flaming Lips, agasajo en la parte visual y un reto a quienes cerrarían ese día el escenario. Incubus lo cumplió. Quizá porque en estricto sentido musical, el valor en sonido y en letra es un tanto más alto.
En otra jornada, La Maldita Vecindad, alzando la voz por la paz en nuestro país. Y dando una dedicación especial a la periodista que justo ahora, enfrenta una lucha catalogada como censura, para unirse a esta; y a aquellos colegas que han sido víctimas de dicha persecución.
Otros momentos para explorar la creación de sonidos tradicionales de percusión (dígase, tratando de aprender a tocar los tambores). Y a conectar, como el instructor dijo, el movimiento, el sonido y el sentimiento; elementos de seres sagrados poseedores y dadores de luz.
Quedaban para el lunes actividades, pláticas y aquel que encabezaba el cartel. Pero antes: re-aprendimos a bailar son jarocho, aún con lo peculiar de la canción (que incluía duendes); seguimos el desfile tradicional; dimos un recorrido más al nicho de artesanos; recogimos las figuras que hicimos de barro; y preparamos los pies para aguantar la noche.
Al cambiar el programa salió antes de lo previsto Carlos Santana. Lo obvio e indiscutible es la calidad en su música y la ejecución de cada instrumento. A decir de nuestro experto, había tal coordinación, que era casi imposible distinguir la diversidad. Llevó un espectáculo, incluso habló de lo sacro, la luz, pero faltó algo. ¿Qué? Quizá empatía. O una canción para verdaderos fans; corear más que “Corazón Espinado”. Un músico increíble, sin lugar a dudas. Pero que en esta ocasión, no fue ni el causante de mayor embeleso y mucho menos el más coreado.
Salimos de allí escuchando al Tri. Dejo en mi memoria un mejor recuerdo que esta presentación; han logrado más en otros escenarios.
Rescato mejor los detalles. Los registros auditivos, visuales, sensoriales y emocionales que se adquieren entre las actividades y las conversaciones. En la valoración de lo que nos ha constituido en riqueza de tradiciones y dado en lo externo e interno una identidad.
Los festivales culturales deben darnos eso: conciencia, respeto. Y una visión más amplia hacia lo nuestro y hacia la diversidad.
Prácticas como los tejidos de algodón, los pigmentos naturales e incluso el tallado de figuras con elementos naturales deberían ser gestionados para que más personas las conozcan y así se reconozcan en su propia cultura.
Lo primero es explorar el lugar, el Parque Satilhsukut no ostenta edificios o estructuras imponentes; es el concepto de su distribución lo que destaca. Si se miran imágenes desde una perspectiva cenital, puede apreciarse la especie de simetría que lo define. Los nichos colocados casi radialmente (la mayoría en círculo) dotan a este recinto de una peculiaridad, creo, inexistente en otro de este país. La ornamentación es simple, cumple con lo tradicional y lo práctico. Las figuras van desde artesanías de palma, barro, listones de colores y aquellos elementos naturales que daban a los asistentes un regalo visual.
Luego, conocer el proceso en la elaboración de cosas tan acostumbradas, a las que no damos tanto valor. El hilo de algodón, por ejemplo. Los indígenas explican que este debe sembrarse en luna llena, el 4 de octubre. Después se cosecha. Lo limpian. Lo que queda de cada flor tiene que abatanarse, cuatro veces. Quedando como un pedacito de nube: a eso se le llama “mundo”. Tienes entonces, de acuerdo a la tradición, “el mundo en tus manos”, “el elemento que te viste”. Ahora lo ves colocado en la variedad de tu clóset. Pero, valorado.
En cuanto a la música, en definitiva, algunos grupos cumplen la función de las presentaciones en vivo. Me lo dijo otra artista: las canciones están completas hasta que se comparten.
Como la Mala Rodríguez, ella que acapara las miradas, casi en la cuarentena de años deja en sus letras un mensaje claro: ¡el poder también está en las mujeres, pero hay que tomarlo! O ciertos ritmos tan bailables como sólo se pueden encontrar en estados con una energía como la impregnada aquí por los jarochos. Tropikal Forever sembrando el ambiente. Los Ángeles Azules; La Arrolladora con sus canciones, guía de cientos de voces. Los Aterciopelados como un regalo. Un grupo que desde sus inicios ha entregado música que en cada línea ofrece propuestas de pacifismo y diálogo. Proyectaron en el escenario la palabra que recién nos ha unido hacia la búsqueda del cambio a los mexicanos: Ayotzinapa. “Colombia y México hermanados, aún en algo tan atroz como la violencia”, y abogando por la paz, dijo Andrea Echeverri, que “tiene que comenzar con la paz hacia uno mismo”.
Macklemore & Ryan Lewis haciendo hincapié en la importancia de hacer aquello que te apasiona. Y anunciando un disco nuevo.
Otros aprendizajes. Y otras sorpresas, como escuchar la música creada por The GOASTT (sí, del hijo de John Lennon). Los Flaming Lips, agasajo en la parte visual y un reto a quienes cerrarían ese día el escenario. Incubus lo cumplió. Quizá porque en estricto sentido musical, el valor en sonido y en letra es un tanto más alto.
En otra jornada, La Maldita Vecindad, alzando la voz por la paz en nuestro país. Y dando una dedicación especial a la periodista que justo ahora, enfrenta una lucha catalogada como censura, para unirse a esta; y a aquellos colegas que han sido víctimas de dicha persecución.
Otros momentos para explorar la creación de sonidos tradicionales de percusión (dígase, tratando de aprender a tocar los tambores). Y a conectar, como el instructor dijo, el movimiento, el sonido y el sentimiento; elementos de seres sagrados poseedores y dadores de luz.
Quedaban para el lunes actividades, pláticas y aquel que encabezaba el cartel. Pero antes: re-aprendimos a bailar son jarocho, aún con lo peculiar de la canción (que incluía duendes); seguimos el desfile tradicional; dimos un recorrido más al nicho de artesanos; recogimos las figuras que hicimos de barro; y preparamos los pies para aguantar la noche.
Al cambiar el programa salió antes de lo previsto Carlos Santana. Lo obvio e indiscutible es la calidad en su música y la ejecución de cada instrumento. A decir de nuestro experto, había tal coordinación, que era casi imposible distinguir la diversidad. Llevó un espectáculo, incluso habló de lo sacro, la luz, pero faltó algo. ¿Qué? Quizá empatía. O una canción para verdaderos fans; corear más que “Corazón Espinado”. Un músico increíble, sin lugar a dudas. Pero que en esta ocasión, no fue ni el causante de mayor embeleso y mucho menos el más coreado.
Salimos de allí escuchando al Tri. Dejo en mi memoria un mejor recuerdo que esta presentación; han logrado más en otros escenarios.
Rescato mejor los detalles. Los registros auditivos, visuales, sensoriales y emocionales que se adquieren entre las actividades y las conversaciones. En la valoración de lo que nos ha constituido en riqueza de tradiciones y dado en lo externo e interno una identidad.
Los festivales culturales deben darnos eso: conciencia, respeto. Y una visión más amplia hacia lo nuestro y hacia la diversidad.
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