jueves, 9 de abril de 2015

Un rostro terriblemente doloroso: racismo y clasismo

Ciudad de México.- México asoma un rostro terriblemente doloroso: racista y clasista, ya que según el Informe país sobre la calidad de la ciudadanía en México, 76.4 por ciento de los mexicanos discrimina por clase social; 75.3 por ciento por apariencia y 70.9 por ciento por el color de piel.
En ese sentido, el Presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova subraya que la discriminación agudiza problemas estructurales como el de la pobreza, marginación e injusticia que hoy se padecen en nuestro país, y aseguró que la situación es “grave”, por lo que considera que no podrá resolverse “exclusivamente con acciones del gobierno, pues es una “situación que nos debe ocupar a todos”. En un video disponible en la página del INE (www.ine.mx, apartado “Elecciones sin Discriminación”) el funcionario electoral califica de “deplorable” la práctica de la discriminación que está “arraigada en nuestras sociedades y obstaculiza el ejercicio de los derechos fundamentales y afecta gravemente la calidad de la democracia”. Existe una infinidad de ejemplos que muestran la proliferación de actitudes de discriminación racial y de clase en el México actual.
De acuerdo con lo que afirma Beatriz Urías Horcasitas, investigadora titular del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, a pesar de los principios establecidos en el ámbito legal, “en México hay grupos que siguen padeciendo discriminación y estigmatización no sólo por ser indígenas o mestizos, sino también por encontrarse en los márgenes de la cultura dominante.
Además del color de la piel o la forma de las facciones, se les descalifica por su nivel educativo o el manejo de determinados códigos culturales. En suma, si bien en el México actual el factor racial influye en las oportunidades, esto se combina con otros elementos de orden económico y cultural”. La especialista define el racismo como una forma de exclusión enraizada en prejuicios biológicos. Afirma que desarmar este fenómeno supone adquirir plena conciencia de la manera en que los problemas de la desigualdad, el clasismo y los prejuicios raciales se han articulado históricamente en el contexto mexicano.
Desde esa perspectiva, señala que en el salón de clases sería muy deseable que, desde la etapa preescolar hasta la educación superior, los niños y los jóvenes mexicanos de todas las clases sociales realizaran una reflexión amplia y sistemática en torno a estos problemas. Concretamente, la investigadora indica que podría invitarse a los alumnos de bachillerato a plantear y a discutir preguntas como las siguientes: ¿hasta qué punto sobreviven diferentes formas de exclusión social basadas en criterios biológicos?, ¿de qué manera se han interiorizado las ideas de la unidad racial y del mestizaje, y siguen percibiéndose como un remedio para solucionar los problemas del país?, ¿cómo interfieren los criterios raciales en el establecimiento de las relaciones sociales en el México actual, fuertemente escindido entre elites y amplios grupos marginales?
Además de un nuevo tipo de educación que aliente el debate sobre la exclusión social en sus diferentes formas, en años recientes se han creado mecanismos institucionales que contribuyen a frenar la reproducción de actitudes racistas.
El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) es, por ejemplo, un organismo que investiga y da seguimiento a los actos discriminatorios que se han documentado, y tiene capacidad para hacer recomendaciones, pero no para sancionar a los autores de dichos actos. La doctora Urías añade que el éxito de estas estrategias dependerá desde luego “de los cambios democráticos que lleguen a realizarse en el país y del desarrollo de un modelo económico más igualitario”.

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