viernes, 7 de agosto de 2015

El desencanto

“Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”.
Jean-Paul Sartre
Un fantasma recorre México: es el fantasma del desencanto. Los políticos tradicionales y las instituciones están perdiendo el respeto de la población. No es un mal que afecte solamente a un partido o a una tendencia política. El desencanto carcome todas las estructuras políticas y sociales y genera una desconfianza que se extiende y agobia.
El presidente de la República, Enrique Peña Nieto, tiene los niveles más bajos de popularidad de su sexenio: 34 por ciento según el periódico Reforma. Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, no está en su peor nivel, pero ha perdido también terreno en los últimos meses y registra ahora una aprobación de sólo 37 por ciento. Otros gobernantes tienen registros similares. En un país en el que los mandatarios casi siempre alcanzaban aprobaciones superiores al 50 por ciento, estas cifras son preocupantes.
Los partidos políticos, que confiscaron tiempos de radio y televisión para promoverse porque decían que los medios los atacaban, han visto caer aún más su popularidad. Hoy los partidos sólo tienen una aprobación de 16 por ciento, la más baja para cualquier institución, por debajo incluso que la policía. Inquieta que el Ejército, que en 2013 tenía la mayor confianza popular entre las instituciones, con 69 por ciento, haya visto caer su respaldo a 52 por ciento. Usar a las Fuerzas Armadas como policía ha tenido un costo muy importante. Todas las instituciones públicas, de hecho, han caído en los índices de confianza: la CNDH, el INE, el gobierno, la Suprema Corte y la policía.
El desencanto llevó al triunfo de un candidato independiente y populista, Jaime Rodríguez, El Bronco, en las elecciones para el gobierno de Nuevo León. Ha hecho también que Andrés Manuel López Obrador, quien pese a llevar toda la vida en la política ha logrado distanciar su imagen de los políticos tradicionales, aparezca en primer lugar en las encuestas para la carrera presidencial del 2018.
México no es el único país que está sufriendo descontento. Según la lista de popularidad de mandatarios que Consulta Mitofsky publicó en julio, Stephen Harper de Canadá tiene una aprobación de 32 por ciento, Michelle Bachelet de Chile de 29 por ciento, Nicolás Maduro de Venezuela de 26 por ciento y Dilma Rousseff de Brasil de 10 por ciento. El triunfo de Syriza en Grecia fue producto del desencanto al igual que el auge de partidos como Podemos en España y el Frente Nacional en Francia. La extrema izquierda y la derecha florecen en estas condiciones. El desencanto llevó en el pasado a los triunfos electorales de Benito Mussolini en Italia en 1922, Alberto Fujimori en Perú en 1990 y Hugo Chávez en Venezuela en 1999. Los caciques y los populistas encuentran siempre su momento de gloria en circunstancias como las que hoy vive nuestro país.
El desencanto tiene múltiples raíces. Abreva en parte de circunstancias económicas. El estancamiento es tierra fértil para la decepción. Las redes sociales, donde la descalificación y el insulto se mueven con mayor facilidad que la aprobación o la crítica constructiva, se han convertido en las arterias que permiten que el fantasma recorra el país en un instante.
El desencanto procrea a líderes carismáticos que parecen en un principio resolver todos los problemas con la varita mágica de la intervención gubernamental en la vida y las actividades de los ciudadanos. Al final, sin embargo, cobran un precio muy alto en pérdida de libertades individuales y de prosperidad duradera. Esperemos que México no concluya así su actual capítulo de decepción.

Jorge Sarmiento/Reforma

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