sábado, 22 de junio de 2013

Péndulo Político

QUE REALMENTE QUEREMOS COMO PAIS

Los mexicanos estamos orgullosos de que en nuestro país que haya surgido la primera Constitución social 1917. Cada sexenio de gobiernos de distintos partidos argumentan el pal nacional de desarrollo  con fundamento en los artículos 25 y 26 de nuestra constitución en forma dogmática y se debería implementarse en forma orgánica, pero no ha sido así, ante una  doble simulación y de contrapeso de los poderes que son parte de esta situación de país, ante el esclavismo del poder financiero
El  artículo 13 de esa Constitución decía: La Constitución garantiza a los ciudadanos la libertad de trabajo y de industria. La sociedad favorece y fomenta el desarrollo del trabajo a través de la enseñanza primaria gratuita, de la educación profesional, de las relaciones entre patrones y obreros, de las instituciones de previsión y de crédito, de las instituciones agrícolas, de las asociaciones voluntarias, del establecimiento, por el Estado, los departamentos y las comunas, de trabajos públicos adecuados para emplear a los desempleados; la sociedad proveerá asistencia a los menores abandonados, a los minusválidos y a los ancianos sin recursos y a quienes sus familias no puedan socorrer.
La desaceleración económica pegó a los bolsillos de las familias mexicanas, que en marzo pasado adquirieron menos bienes de consumo. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), las ventas al por menor se desplomaron 2.4% en el tercer mes del año respecto del mismo periodo del año anterior. De acuerdo con el análisis del Grupo Financiero Banamex, las ventas al por menor tuvieron “un decepcionante” desempeño ante el efecto de la Semana Santa, en la que varias empresas y establecimientos comerciales no tuvieron actividades.
La realidad educativa: La escolaridad promedio en México es de 8.6 grados, esto quiere decir que como país los mexicanos aún no concluimos la secundaria.  También quiere decir que al menos tres generaciones de jóvenes mexicanos, que iniciaron su educación en los dos sexenios anteriores, es decir a partir del año 2000, ya han cubierto esa instrucción y se encuentran hoy en las calles. Tres de cada cuatro, más de 7.5 millones de jóvenes no acude a una institución de estudios superiores. Hemos sido incapaces de permitírselos. Y en la calle la delincuencia lleva mano.  Las cifras sobre su incremento en los dos últimos sexenios, así como las edades de los delincuentes que hoy se encuentran en las cárceles o de quienes han sido sus víctimas, muestran que la delincuencia está encontrando en ellos un mercado natural.
En una situación de crisis sistémica, que abarca por tanto al conjunto de la sociedad y de sus instituciones, ¿a quién corresponde la iniciativa de impedir que arrase la convivencia? ¿Puede una sociedad enferma regenerarse a sí misma? Séneca la idea de que ninguna sociedad regida por la violencia sobrevive largo tiempo; que diría Rousseau, a saber, no que la ley estuviera por encima de los individuos, como quería el pensador ginebrino, sino dar con la clave institucional que impidiera al gobernante que lo quisiera actuar mal. Es importante remediar los desvíos a los que se ha llegado en perjuicio de los intereses y de  los derechos sociales y también evitar una recaída en el autoritarismo burocrático.
La racionalización del poder no consiste en sustituir un radicalismo por otro; reiniciar el ciclo de las reivindicaciones excluyentes solo llevaría a recorrer de nuevo un camino cuyos accidentes ya se conocen. La responsabilidad pública consiste en remediar las deformaciones institucionales que están en el origen de la pobreza, de la violencia, de la arbitrariedad y de la corrupción La construcción de instituciones sociales y políticas que garanticen equidad implica un nuevo tipo de equilibrios que son posibles si se utilizan, en el gran escenario del poder, los nuevos instrumentos del saber.
De ahí que en su titánico esfuerzo por reordenar la sociedad, a la que consideraba “útil” y “necesaria” para ese ser no del todo racional que es el hombre –y necesitado por ende de autoridad, de fuerza y de leyes-, al que proporcionaba seguridad y abundancia, acabe diseñando el plan de una constitución democrática que era el santo y seña de la libertad: un bien inseparable del hombre si conocida por él, como mutatis mutandis habían reconocido ya desde historiadores como Herodoto a teóricos como Maquiavelo, entre otras razones, aduce Spinoza, porque al ser la democracia el régimen del autogobierno colectivo transforma la obediencia en libertad.

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