lunes, 12 de agosto de 2013

Sin lujos y escasas visitas transcurre la vida en reclusión de Gordillo

México, D.F.- Una de las celadoras, policía federal, ha sido la más ruda. Golpeaba las rejas apenas amanecía: ‘‘¡Levántese! Prepárese porque ya la van a trasladar a Santa Martha’’. ‘‘¿Qué, por qué?’’, atinaba a decir, apenas abriendo los ojos, la interna Elba Esther Gordillo Morales. ‘‘No sé, esa es la orden’’, era la respuesta.
Huésped de la torre médica del penal de Tepepan, la otrora todopoderosa dirigente del sindicato magisterial tiene terror de volver al lugar donde pasó las primeras horas tras su detención, el 26 de febrero.
Varias veces, las custodias –que son cambiadas con regularidad– habían escuchado a Gordillo suplicar a sus visitantes: ‘‘Lo que sea, pero a Santa Martha no quiero volver, es horrible’’. Y de ahí se agarraban para su ‘‘terapia’’.
Los familiares y allegados que visitan con frecuencia a la ex dirigente del magisterio –muy pocos– cuentan que sobre ella se ejerce un constante ‘‘acoso sicológico’’.
‘‘Conmigo no finjas, méndiga, yo te conozco. Mi marido es de la coordinadora (Nacional de Trabajadores de la Educación) y yo sé lo que les has hecho a los maestros’’, narran que llegó a decirle la celadora del principio, a quien describen como ‘‘muy robusta’’.
Agregan que otras celadoras le han soltado frases así: ‘‘¿Pensabas que no ibas a pagar?’’, ‘‘por ahí dicen que van a secuestrar a tus nietos’’, y linduras por el estilo.
Afuera, la vigilancia corre a cargo de hombres. Los más rudos son integrantes de corporaciones federales, pese a que la torre médica depende del sistema de reclusorios del Gobierno del Distrito Federal. Los visitantes de la maestra los describen como ‘‘grandotes, muy bien entrenados, muy vivos’’.
Adentro, se hacen cargo mujeres, las más de las veces agentes de corporaciones federales. A una de ellas atribuyen los cercanos de la profesora una frase ordinaria durante una revisión corporal: ‘‘¿Qué, te calientas?’’
Ese ambiente ‘‘hostil’’, sin embargo, no ha propiciado una denuncia de la interna ni de sus defensores. Quizá porque, pese a todo, para Gordillo es mil veces mejor estar en la torre médica de Tepepan que en cualquier otro espacio carcelario. Vox populi dice que Elba Esther vive a todo lujo en la cárcel, pero sus cercanos cuentan otra historia.
La ‘‘guerrera’’ cuenta con una pequeña celda y un baño privado. Sus ‘‘lujos’’, afirman, están relacionados con su salud: su médico de cabecera puede entrar a revisarla frecuentemente y la profesora sólo ingiere alimentos y medicinas que le son llevados desde fuera.
Los ‘‘únicos’’ privilegios que tiene, cuentan allegados, son un iPod –la música la ayuda a combatir la depresión en la que se hunde cada tanto– y la posibilidad de recibir libros que le llevan sus pocos visitantes. Tras su aprehensión, algunos cercanos de la maestra aseguraban que ella no aguantaría ‘‘ni tres meses’’ encerrada. Ha aguantado sobre todo porque el nefrólogo Jesús Walliser Duarte –quien se desplaza desde su consultorio en el hospital Ángeles del Pedregal– ha logrado controlarle la hipertensión, padecimiento que complicaba un cuadro clínico de suyo difícil.
Gordillo sufre de insuficiencia renal y vive con las secuelas de una hepatitis C atendida equivocadamente, sin contar los malestares en el ojo derecho, del cual ha sido operada en dos ocasiones, pues estuvo en riesgo de perderlo. Padece molestias por una malla que le fue colocada en el torso para paliar la pérdida de tejido muscular, derivada a su vez de la cirugía a la que fue sometida en su juventud, cuando donó un riñón al padre de su hija Maricruz Montelongo.
Por si fuera poco, uno de sus tobillos ‘‘está deshecho y requiere cirugía’’. Tiene, además, problemas con una placa dental que le deben sustituir. Ha logrado el privilegio de la atención de su médico de cabecera, pero no sin algunos tropezones. Uno de sus allegados cuenta que el anterior director de la torre médica amenazó con limitar las visitas de su nefrólogo y la entrada de sus propios medicamentos, sin consecuencias mayores.
Sus visitantes saben bien que todos sus movimientos, sean financieros o políticos, son seguidos con lupa desde el gobierno federal. A las cámaras y micrófonos en el penal atribuyen, por ejemplo, que cada frase exasperada de la maestra sea seguida de acuses de recibo en columnas políticas o notas de prensa.
Poco antes de la publicación de una nota sobre una propiedad de Maricruz Montelongo, una casona de 60 millones de pesos en Bosques de Santa Fe, en la torre médica de Tepepan se había hablado de la necesidad de recaudar fondos para la costosa defensa legal de la profesora.
La decisión no está tomada, pero en el entorno más cercano de la profesora Gordillo ya se habla de una especie de ‘‘pase de charola’’ destinado a reunir fondos para pagar los honorarios de los abogados. No se trata, como todo lo relativo a los dineros de la maestra, de pequeñeces: su familia firmó un convenio de 105 millones de pesos con el despacho del abogado tapatío Marco Antonio del Toro Carazo. Tal cifra ‘‘no incluye 100 mil pesos mensuales para gastos menores’’.
La detención de la profesora no ha logrado que amainen los pleitos familiares. Durante los primeros dos meses posteriores a su captura, el añejo pleito entre sus dos hijas, Maricruz Montelongo y Mónica Arriola, se extendió al terreno de su defensa legal. Sólo cuando lograron ponerse de acuerdo se logró la contratación del despacho del tapatío.

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