Por Salvador González Briceño
Dice el refrán que la esperanza muere al último; y el científico, que el mundo se rige por leyes naturales. Para el político las leyes se hicieron para violarse, y lo que se impone en realidad es lo que se decide “arriba”. Solo el científico social desentraña que con leyes torcidas, es como los planes se dictan por quienes detentan el poder para sus fines.
La sociedad, por su parte cree en las promesas de los políticos electos para velar por los intereses generales, no obstante cual traidores éstos quedan en cuestión al acomodarse a los vicios generales —corruptelas, prácticas insanas y tendenciosas desde el poder, impunidades, etcétera— de todo sistema político “democrático” cuyo único fin es reproductivo.
El científico deviene en palero del sistema; pensador a sueldo que oficia desde algún “instituto”, “universidad” o “laboratorio” para una ciencia experimental cuyo fruto está en las elevadas ganancias de, por ejemplo, las empresas de biotecnología, robótica, transgénicos, medicina (tratamientos dañinos y “vacunas”), etcétera.
Los políticos (“representantes populares”) son quienes traicionan al por mayor al obedecer los designios de quienes verdaderamente detentan el poder económico. Los varones del dinero de los países, aquellos consabidos “desarrollados” que, pese a las crisis anidan en su seno al mayor número de tenedores de una riqueza mundial pocas veces en riesgo.
Queda el compromiso, finalmente, para quienes están al tanto de las corruptelas que se gestan desde el poder, tanto para desnudar como para la denuncia de lo que traen decadencia/crisis, pobreza/social, enfermedades/salud, etcétera, que afecta la convivencia sana y la vida plena supuesto que entre los fines últimos del hombre sobre esta tierra está —o debería estarlo— lo más excelso que puede alcanzar el espíritu humano.
La sociedad, por su parte cree en las promesas de los políticos electos para velar por los intereses generales, no obstante cual traidores éstos quedan en cuestión al acomodarse a los vicios generales —corruptelas, prácticas insanas y tendenciosas desde el poder, impunidades, etcétera— de todo sistema político “democrático” cuyo único fin es reproductivo.
El científico deviene en palero del sistema; pensador a sueldo que oficia desde algún “instituto”, “universidad” o “laboratorio” para una ciencia experimental cuyo fruto está en las elevadas ganancias de, por ejemplo, las empresas de biotecnología, robótica, transgénicos, medicina (tratamientos dañinos y “vacunas”), etcétera.
Los políticos (“representantes populares”) son quienes traicionan al por mayor al obedecer los designios de quienes verdaderamente detentan el poder económico. Los varones del dinero de los países, aquellos consabidos “desarrollados” que, pese a las crisis anidan en su seno al mayor número de tenedores de una riqueza mundial pocas veces en riesgo.
Queda el compromiso, finalmente, para quienes están al tanto de las corruptelas que se gestan desde el poder, tanto para desnudar como para la denuncia de lo que traen decadencia/crisis, pobreza/social, enfermedades/salud, etcétera, que afecta la convivencia sana y la vida plena supuesto que entre los fines últimos del hombre sobre esta tierra está —o debería estarlo— lo más excelso que puede alcanzar el espíritu humano.
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